- Arguyo por tu inspección que percibes la cohesión que nos apremia a adosarnos. El grato galanteo de nuestras trompas bregándose por adueñarse de las fauces del contendiente para embolsarse el laurel. Ese mismo que alborotará las ansias y propiciará que ninguno de los dos ceje en su empeño. El esparcimiento presumirá de dilatar nuestros anhelos y nos pilotará a descubrir nuestros luceros para usufructuar la esencia del otro. Es justo ulterior a ese trance efímero cuando se congregarán precintándose nuestros calinosos morros y principiará el vals de nuestras sinhuesos al compás de sonsonetes en forma de acezos exhortándonos al fin a exhibir nuestra concupiscencia.- declaré a mi galán con cúmulos gustos retrepada en nuestro tálamo.
- ¿Cómo?- interpeló pacato despojándose de su terno desenmascarando así su nervudo talle y suscitando aleteos de alevillas en lo más recóndito de mi masa.
-¡Qué me beses, idiota!- imperé.
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