Noche Húmeda I

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Las sábanas de la cama olían a sexo, el estado de las mismas no daba lugar a error, la noche había sido intensa, caliente bajo las mismas, la habitación, aún impregnada con el perfume del hombre y medio en penumbras, en la cama, de importantes dimensiones, reposaba desnuda, mirando al techo del que colgaba una simple bombilla.


Su cara de felicidad la delataba, María, acababa de tener una experiencia brutal en su cuerpo. Nunca antes había sentido con tanta intensidad a un hombre cuanto menos, había comprobado la resistencia masculina hasta ese extremo.

 

Eran las 8 de la mañana de un miércoles cualquiera, de un mes cualquiera, pero algo dentro de ella había sufrido una metamorfosis fulminante en ese día concreto.

Después de despedir a su amante en la puerta de su propia casa a las 7 de la mañana y, sin haber dormido en toda la noche. Despertó a su hija que dormía al otro lado de la casa, dispuso una cafetera bien cargada, unas tostadas y el cola-cao de la niña, preparó el almuerzo de la pequeña que, ya estaba hecha toda una mujer, a sus 15 años y, después de acompañarla en el desayuno y una vez que la niña se marchó, se pegó una buena ducha caliente. Rodeo su cuerpo con una toalla y se tumbo en la cama, mojada, evidentemente desnuda, a saborear un pitillo.

 

Al sentarse sobre la cama comprobó que ésta estaba torcida, se asomó por debajo del somier y vio las patas del mismo completamente dobladas, habían roto la cama.

-¡Que barbaridad!-pensó para sus adentros y en lugar de sentirse contrariada por la situación, decidió tomárselo con calma y disfrutar de la plenitud del momento. Encendió el pitillo, cerró los ojos, intentó captar el olor que emanaba de la habitación y sonrió, feliz, su cuerpo vibraba aún tras la noche de sexo que acababa de vivir.

 

Complacida por su experto amante, María recordó cada momento vivido, cada caricia, cada beso, cada situación, algunas de ellas incluso divertidas, sobre todo cuando recordó que después de estar desde las diez de la noche hasta las tres de la mañana irritando a su acompañante con insinuaciones lascivas que, comenzaron a cansar al hombre, preguntándose si la mujer le estaba tomando el pelo. María cedió a la boca del hombre, no sin antes y, debido a su estado de embriaguez, posar su mano sobre su bragueta, comprobando el noble pene que aprisionado en sus pantalones y que, pedía a gritos ser liberado de su brete.

 

Juntaron sus labios en un apasionado beso, untando sus bocas con sus propias salivas, en un baile lujurioso de lenguas pasionales, viendo que ella le correspondía y sin mediar palabra, el hombre tomó con su enorme mano el pecho de la mujer, lamiendo con esmero el pezón que se ofrecía indecoroso hinchado por la excitación del momento. Mordisqueo, succionó y lamió con sumo cuidado aquella zona sonrojada que tímidamente, con anterioridad se disimulaba bajo el sujetador que desabrochó con una maestría sensacional. Bastaron pocos minutos para que la mujer comenzase a sentir en su sexo dulces latidos que al tiempo que la enervaban lograban lubricar su vagina y provocando agitación en su fuero interno. Con los ojos cerrados María se dejó llevar por la situación, estaban dentro del coche, en el aparcamiento de la gasolinera, lugar impropio para estos quehaceres no por los mismos sino porque, se arriesgaban a ser increpados por escándalo en la vía pública. Jon sin dejar de besuquear el pecho de la mujer bajó su mano hasta alcanzar el botón del pantalón, María en lugar de sentirse incómoda o contrariada, optó por acomodarse y facilitar la tarea a su amante sin oponer resistencia. Desabrochó el botón, bajó la cremallera y hundió su mano hasta alcanzar la zona vaginal de su compañera.

 

-Oh- exclamó al comprobar la humedad del sexo de la mujer por encima de sus bragas.

-¿ Sorprendido?- le inquirió María.

- Más bien complacido-Le respondió esté volviendo a fundir su boca en la de la mujer.

- No creo que sea el lugar apropiado, ¿no te parece?- María había apartado levemente su boca de la de Jon para volver a compartir sus jugos, de inmediato.

- Habrá que pensar en el lugar adecuado- le susurró al oído, al tiempo que lamia el lóbulo de la oreja de la mujer.

Se miraron complacidos, cómplices del mismo deseo, se incorporaron en sus asientos y tras abrochar los cinturones y tomándose de las manos, emprendieron viaje hacía la localidad en la que ambos vivían.

María durante el trayecto que duró unos 15 minutos, no dejó impasible a Jon, propiciándole todo tipo de caricias, tanto en el pecho cómo en la pierna, desabrochando la cremallera del pantalón del hombre y sacó el magnifico falo al que le dedicó unas caricias verticales que no le dejaron impasibles a ninguno. El glande del hombre desprendía un hilo líquido viscoso que María, ladeando su cabeza hacía la izquierda y agachándose, logró limpiar con su lengua.

- No juegues que no quiero morir de un accidente de coche- le dijo entre risas Jon.

-Tienes razón, mejor morir gozando- le siguió María.

 

Ambos vivían en el mismo edificio por lo que bajaron del coche, entraron en el portal y ya, una vez en el ascensor picaron el botón del último piso a pesar de que María vivía en el primero. De pie el uno frente al otro y sin dejar de comerse las bocas comenzaron de nuevo a acariciarse, a tocar sus respectivos sexos por debajo de la ropa.

-Vamos a mi casa- susurró María.- Mi hija está dormida y es del todo improbable que nos oiga- tengo hambre de ti.

-Y yo de comerte entera pedazo de zorrita- le sonrió Jon.

 

Pulsaron el botón para ir al primer piso y una vez franqueada la puerta de la vivienda y sin hacer ruido se dirigieron al dormitorio de María. Ésta se había quitado los zapatos nada más entrar en el ascensor por lo que, Jon la empujó contra la cama, una vez tumbada, el juego de bocas comenzó de nuevo cada vez con más intensidad, las manos de ambos propiciaban caricias descontroladas, querían tocarse, querían saciarse al tiempo que descubrir todos y cada uno de los recovecos de sus cuerpos, ambos, ansiosos se entregaron a la embriaguez del momento. Jon se arrodilló sobre María, con su destreza, ya habitual, liberó los pechos de la mujer que comenzó a manosear con avidez, pellizcando los pezones con las puntas de sus dedos, mientras su boca subía y bajaba de la boca de María hasta sus pezones, estaban en un punto de máximo ardor cuando Jon se quitó los pantalones y la ropa interior, tiró de la ropa de María y desnudó toda la parte baja, con la que se deleito por unos instantes, María le desvistió el torso, ambos estaban desnudos, hambrientos, sedientos de sexo.

Ambos se miraban de forma libidinosa. Sin más, Jon se introdujo en el cuerpo de María, ambos formaban uno sólo, con movimientos ávidos a la vez que rítmicos, se entregaron en profundidad al placer de sus propias carnes. 

 


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