La cura del amor peregrino

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 José de la Colina en “la tumba India“ sugiere que el gran mausoleo Hindú “Täj Mahal”, no celebra a una reina desaparecida, sino a un amor caído. Luego en “La  lucha contra la pantera”,  nos revela la imposible victoria sobre el insondable misterio de la feminidad y el duelo a muerte para salvar una vida sin honor. Ambos relatos le dieron sentido a mi regreso a casa, para al fin construir un mausoleo, final de la larga marcha en la que nunca logré vencer a la pantera. Como en la pretencion del rebelde, sin posible renuncia a la búsqueda interna, he luchado contra mi propia comodidad, pero ahora, mi herencia me obliga a ser agradecido. Un legado de vivir en medio oriente es que puedes contagiarte de habito de hablar con dios. Así sin saber exactamente cuándo inauguré mis propias charlas "católicas” en las que gradualmente le conté a dios, el futuro que me quería vivir a mi regreso a casa. Según recuerdo, todos mis deseos eran casi fáciles, menos uno.  Ese “momemtum” de dificultad estaba relacionado con una concesión divina, porque para un místico como yo, está bien claro que Dios fue quien me ha permitido conocer a tantas personas. Pero de entre todas ellas le agradezco en especial sobre una. Una que me fascinó hasta lo irracional, y que fue la regla con la que medí toda belleza.  Gracias a ella pude aprender como aceptar que existen personas inalcanzables, irremediablemente prohibidas para mi mundo interior. Así pude dejar partir de mis profundidades a la mujer de mis sueños y reconciliarme con el mundo femenino. Así tuve las fuerzas para seguir proponiendo la clase de apuestas que prefiero, es decir, las más radicales que se puedan concebir.
Envuelto en aquella franela de la reconciliación, el único deseo difícil que le he contado a dios, es éste: Reencontrarte bien aventurada y que tu orgullo te hiciese inmune a la indignación, y que te mantuviese incólume ante mi insensatez imprudente y tardía. Porque a pesar de mi irracionalidad quería dejar salir las palabras que me guardé en años de silencio, para curarme y poner fin, a mi verdadera peregrinación, siempre insatisfecha a pesar de alimentarla con cientos y cientos de kilómetros.
Tal deseo se cumplió, cuando aceptaste reunirte conmigo y pude confesarte lo profundamente incompleto que quedé sin ti, y que tu partiste, espero que para bien, sin saber cuan intensamente te amaba.
 Durante miles de años, primero ante en el arca de la alianza, después en el templo y ahora frente al muro de las lamentaciones, generaciones le pidieron a dios que les enviase un Ángel. Yo tengo el enorme privilegio de haber contemplado los ojos de ese ángel y sobrevivido a su ausencia. Un día la curación no llegará más, pero aún no es mi turno, no especialmente hoy, no éste día de sanación.


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