Te tenía dentro ¡al fin!
Podía sentir tu grueso miembro hundirse en mi sexo, colmándolo todo, haciendo que mis jugos corrieran entre los muslos, mientras mi respiración jadeante y excitada me hacían tomarte de las manos para que me apretases las tetas.
Desde atrás me penetrabas con fuerza, pero paciencia. Sabías que mi concha era pequeña para tu grueso miembro, y quizás por eso o por hacerme desesperar un poco ibas lentamente hundiéndola hasta el fondo de mi matriz.
No podía creerlo. Al fin me hacías tuya. Y aquí en mi propia cama. en esta mañana de domingo que no prometía comenzar así de bien.
...
Pero de pronto volví en mí.
Me asusté. Si tu me penetrabas desde atrás, en mi cama y era domingo, ¿dónde estaba mi marido?
Nos descubriría. ¡Dios, que angustia! Me vería gozándote en nuestra propia cama como una cualquiera.
Quise zafarme de ti, me aleje, volví la vista y abrí los ojos.
No eras tú quien me penetraba, sino él, mi esposo.
No era domingo, sino lunes... y todo no fue sino un sueño fugaz.
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