Ya no suplica clemencia, la inevitable desidia anegó cada rincón de su tan malograda esperanza. Solo busca una barra a la que aferrarse mientras vacía sus pulmones de aire, y se va. Miríadas de miradas se posan sobre él fugazmente, se cruzan, hasta que vuelan a otro destino más indulgente lejos del avispero colmado. Los pasos atenuados de los hombres, el taconeo femenino, se convierten al unísono en una melodía difícil de entender, amoldada a la costumbre de las repeticiones.
Dónde fueron aquellas premisas, dónde se escondieron tantos detalles que desechos y negados no tuvieron oportunidad de ser. Quién recordará una palabra que nunca cobró vida entre unos labios que, secos, son incapaces de pronunciar la palabra que volviera a ponerlo en pie.
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