Se quedó en blanco. De su cabeza no salían más notas, era como si por arte de magia todo su interior se volviera como un calcetín y sus ideas se desprendieran de sí. Sabía que tarde o temprano le pasaría. En aquella clínica ya se lo advirtieron. Esta extraña enfermedad te costará algo más que la memoria.
Entre tanto, ella hacía caso omiso a las recomendaciones del doctor respecto a su medicación. Confiaba en su carismática sensibilidad creadora y daba por hecho que su divina y mimada inspiración nunca le abandonaría mientras padeciera esa extraña dolencia. Por muchos intentos de evitar la toma de la poción sanadora (como ella llamaba a aquel potaje de píldoras) para no cobrar la cordura, Adela se había curado.
-Ya soy normal... ¿qué hay de mi imaginación? He vuelto al mundo real donde los sueños envueltos de música sólo aparecen de forma repentina y efímera. Si me dejasen elegir seguiría como estaba-.
Lo que ella ignoraba era la gran preocupación de sus allegados, tanto familiares como amigos la acompañaban en cada instante. Sus padres, en pocos meses, habían envejecido como unos seis años debido a la seriedad de la enfermedad. Hicieron todo por no perder a su única hija.
Adela estaba curada, ahora sólo tenía que adaptarse a la realidad y luchar por integrarse de buena manera en un ámbito que hacía mucho no contemplaba. Lo único que le preocupaba era el miedo al vacío. Un pentagrama en blanco era el gran desafío para ella en estos momentos. Pidió que la dejaran sola frente al atril, quería centrarse en su trabajo, aquél que le despojó de la cordura.
En casa nadie había tocado nada, todo quedó tal y como Adela lo había dejado. Se sentó en su butaca y de su bolso sacó algunas piezas de papel arrugado... sus intentos de crear música en aquel sanatorio mental habían sido en vano. La medicación, las continuas interrupciones, los horarios de luz, etc. impedían que Adela continuase con su trabajo.
Encendió el flexo, sacó del cajón su cuaderno, una regla y empezó por trazar las líneas. Era una especie de ritual, los cuadernos de pentagramas le aburrían enormemente, pues no le daban opción a pensar antes de mirar los espacios. Sin embargo, entre trazo y trazo, Adela lograba imaginar una historia que le diese forma esa música que finalmente plasmaría en aquellas páginas.
Todo estaba en ella, lo único que le quedaba era no obsesionarse... de esta forma su inspiración no se sentiría intimidada ni presionada.
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