Marcos observó de reojo a la mujer que estaba por los pasillos de su tienda, era de edad madura, rubia, de piel blanca, con los ojos verdes hermosos y la cara fina, los pómulos ligeramente rosados sobre una piel blanca, la propia de una mujer del este de Europa. Muy apetecible, más aún con la edad que él calculaba que tenía, sobre unos cuarenta y pocos años. Algo más baja que él, con unos pocos kilos de más y sobre todo con dos hermosos pechos que con la camiseta que llevaba ella permitían verlos ampliamente, grandes y hermosos, blancos y firmes no podía dejar de pensar en los pezones rosados que debía esconder bajo esa blusa azul marino y su imaginación deseaba que a la hora de pagar en caja, esa mujer tan apetecible le dijera suavemente que si le parecía bien que abonase la cuenta permitiéndole ver y tocar, oler y lamer suavemente sus pechos, esos pechos grandes y blancos, con esos pezones rosados y seguramente grandes y duros, bien duritos que al chuparlos, apretando bien los labios sobre él y succionando sintieses que eras el hombre más feliz del mundo, un estado de placer tan grande que la felicidad era alcanzable, ella se lo facilitaría sin duda y él accedería a que la cuenta fuese abonada de esa manera, accedería sin excusas Cobró a la mujer y ella salió lentamente tras un gracias y adiós con cierto acento extranjero, un nuevo sueño se había creado en la mente de Marcos que lo tendría agradablemente en un mundo en paralelo al actual cuando él quisiese.
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