El visitador médico

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Pablo Cienfuegos, 55 años, visitador médico de la multinacional farmacéutica Curatine, está contento.
Ha cumplido con creces el objetivo comercial que le marcó su jefe. Recién salido del centro de salud, se enciende un pitillo americano, sólo los tiene para los grandes momentos. Aspira el humo. Saborea el ratito impagable. Ahora busca un par o dos de cervecitas bien tiradas con las que regar el triunfo, con dedo y medio de espuma, como a él le gustan.
Es calvo vergonzante: se deja crecer el pelo de la parte derecha para abrigar con él la desnudez de su cráneo. Le sobran kilos, bastantes kilos; la corbata le acogota y se desabrocha el primer botón de la camisa. Respira hondo, no puede disimular la satisfacción por su venta.
Los zapatos también le aprietan. Ya no está acostumbrado a ellos. Llevaba tres años parado. Su manera de andar es algo cómica, a pasitos cortos y vacilantes. Nota como el sudor resbala por sus axilas. Tiene calor. Es y casi noviembre pero el calor se niega a irse. 27 grados a la sombra.
En su maletín, remedios para diversos males de diferente índole, muestras y todo tipo de tarjetas y prospectos. Curatine se ha especializado en la tercera edad. Paradojas. Antes eran productos para el bebé. Los tiempos cambian. Es lo que toca. Renovarse o morir.
Don Fidel, el médico, no ha escapado mal tampoco. Se va a Cancún diez días con todos los gastos pagados por Curatine. Qué contenta se pondrá su mujer cuando se lo diga. Menos lo estará cuando le diga que sólo hay un billete. Las cosas de la crisis.
Entra Pablo en la tasca de Juan el chispa, ocupa uno de los taburetes de la barra.
- Una cervecita bien tirada, por favor. Como si fuera pa usté. Bromea.
Suspira hondo. Es feliz. En la anterior empresa en la que trabajó, dedicada a los cosméticos, pagaban poco y casi nunca. Sólo a comisión. Ya me dirás.
La primera caña es un visto y no visto. De un trago, sin tregua alguna.
A su derecha tío Antonio Chirimías y su compadre Cascorro se asombran de la velocidad de la ingesta. Hace lo propio el chispa, que mira al hombre con la boca abierta mientras seca la barra con la balleta.
-¡Cómo ha entrao!. Comenta Chirimías con admiración sincera.
Pincha el visitador con un palillo un trocito de riñón de cerdo en su sazón que el chispa le ha puesto de tapa.
Suena el móvil. Es su jefe. Le comenta orgulloso el éxito de la venta. Curiosean los compadres queriéndose empapar de la conversación. No pierden ripio.
Cuelga Pablo sin dejar de sonreír. Hoy es su día. El culo y la barriga prominente no aguantan en el taburete y rebosan buscando acomodo. Se siente rumboso:
- Llene ahí, buen hombre. A estos señores también. Pago yo. Mi jefe me acaba de subir la dieta...
Los ojos de tío Antonio se fijan automáticamente en las lorzas del vendedor. Apura el chato de vino y chasquea la lengua. Habla señalando con su dedo las zonas más redondas del comercial.
- Se agradece la convidá, maehtro. Y m'alegro de que le hayan subío la dieta porque lo que eh la otra no ehtaba dando resultao ninguno...

Verídico.


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