¿Será que soy un hijo del cáos? Me pregunté mientras manejaba mi auto y miraba de reojo el cañon calibre 45 que asomaba entre el asiento y el freno de mano.
La tormenta había arrasado casi todo; sobre el asfalto brotaban chispas de los postes de luz tumbados, en las banquinas decenas de vehiculos descansaban destrozados victimas de la pedrada, árboles caidos y choques.
Las multitudes copaban las calles en busqueda de respuesta, asistencia o desahogo. Los pocos que aún manejabamos teníamos que hacer fila esperando para pagar los peajes clandestinos o desviar por los "barrios peligrosos" de las ciudades; si, ciudades...
El temporal había desvastado una gran zona y teníamos que recorrer grandes distancias para conseguir agua potable, velas, alimentos y combustible; y los precios eran exorbitantes.
A tres días de la tormenta seguíamos sitiados, los saqueos eran incontables y la violencia se olía en el aire.
Eran tiempos para gente dura, pero yo me sentía feliz, me encantaba, ¿será porque soy un hijo del cáos?
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