EL COCHE ROJO

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EL COCHE ROJO

Como cada día, ella salía a dar su paseo matutino, por la carretera que pasa por encima de su pueblo. Vivía en una aldea del Valle de Caurel de Lugo. Por donde siempre iba, era una vía poco transitada, con lo cual se convertía en una calzada segura para poder caminar los kilómetros que le había aconsejado el médico. Rosa había aumentado un poco de peso, por culpa de una medicación y se había propuesto seguir su dieta a rajatabla y hacer el ejercicio recomendado por su dietista. Estaba caminando por la estrecha carretera, cuando de pronto se acercó un coche y se paró junto a ella. Dentro del Golf GTI iban tres chicos de edades comprendidas entre los 18 o 20 años.

Señorita!!! Nos podría decir la hora por favor??? – Dijo uno de los individuos del automóvil entre risas y carcajadas. Son las 8:00h de la mañana.- Respondió ella algo asustada, pero con una leve sonrisa.

A Rosa le pareció muy extraño, que siendo tres chicos en el coche, ninguno de ellos llevase hora, incluso siendo un moderno coche, seguro que en la guantera o en el cuadro de mandos, dispondría de un reloj digital. Ella siguió su camino, ahora mucho más rápido que al principio, eso sí, en dirección contraria al automóvil. El coche rojo avanzó rápidamente, provocando un fuerte chirrido de ruedas, cuando de repente se oyó un frenazo que provocó un trompo en el coche, cambiándole radicalmente el sentido de la circulación. Rosa sintió un miedo atroz, vio ente los cristales del Volkswagen rojo, como los chicos esbozaban una sonrisa diabólica. El coche se iba acercando rápidamente hacia ella, seguramente con la intención de cogerla entre todos, amordazarla, atarla, violarla… Ella sabía que algo malo le pasaría si se dejaba atrapar por esos tres hombres. Por su cabeza corrían toda clase de disparatadas barbaridades, seguramente le pegarían una buena paliza, antes de violarla, para que no pudiera defenderse, ni mucho menos, resistirse y después se la pasarían uno al otro para satisfacerse hasta la saciedad. No lo soportaría, ella estaba segura de que no podría escapar de tres jóvenes muchachos, fuertes y musculosos, seguramente con algunas copas de más, incluso algo drogados, se les notaba en sus caras, eran demasiado alegres, sádicas y satánicas. No podía quitárselos de la cabeza, ella no hacía más que correr, corría asustadísima, el pánico la tenía cegada, sus ojos inundados de lágrimas, intentaban ver el camino que había cogido entre los castaños, una vía inaccesible para los coches, era un pequeño camino, rodeado de árboles y arbustos, que te introducían en un bosque solitario a esas horas de la mañana. “Dios mío! ¿Dónde me he metido? Aquí sí que no tengo escapatoria. Voy a morir, no solo voy a morir sino que me van a hacer sufrir hasta mi último suspiro. No me merezco una muerte tan lenta, tan agonizante, no quiero ver esas caras de satisfacción, de gozo, de lujuria, mientras me destrozan por dentro, ¡Por favor que no se aprovechen de mi inocencia! No quiero dentro de mí, por primera vez, a ningún ser paranoico y violador, me repugna tener que vivir, si es que sobrevivo, con esta horrorosa hazaña, con este horrible trauma”. Rosa corría sin parar, sin mirar atrás, había oído como cerraban de un portazo,  las puertas del coche, posiblemente ya se habían introducido por el estrecho camino, corriendo, persiguiéndola, para lograr atraparla. Ella corría con toda la rapidez que podía, sin ver por donde pisaban sus pies, cada vez más pesados, Rosa notaba que sus piernas ya no podían seguir a su propio cuerpo, estaba rendida, pero de pronto, sin saber cómo, sin saber si los chicos se estaban aproximando a ella, cayo por un terraplén, dando vueltas y golpeándose entre los matorrales y las piedras que se iban encontrando por su camino, hasta que logro pararla un gran árbol cerca del rio.

Rosa abrió los ojos, su madre la estaba intentando despertar.

¡Hija mía, despierta, es tarde, te has dormido! ¿Hoy no sales a caminar? No mama – Contestó toda incrédula, viendo que estaba en su casa, en su habitación, en su cama… -Hoy me siento muy cansada.

Martika.


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