Me mira como lo haría la serpiente Kaa, anulando mi yo. No hace mucho que inicié la búsqueda de la verdad oculta tras una ilusión nunca desmentida del todo y ahora, cuando estoy en posesión del terrible secreto, sé que no habrá mañana. Me despido en silencio, no tanto por las fuerzas que me encadenan como por la certidumbre de la soledad que abriga mis últimos segundos de vida, que hace estéril cualquier petición de auxilio, y siento pena por todo lo que pierdo por no escuchar al viejo Tizitl, el que fue ungido en arcilla. No habrá lápida que señale mis despojos; dudo que quede mucho de mí. Un suspiro de resignación y de vida escapa del globo deshinchado que es mi cuerpo cuando sus dientes me desgarran la piel y la carne, y me hundo en la oscuridad del olvido entre burbujas de aire y sangre diluida.
* * *
Todos en la facultad sabíamos que el vídeo era una farsa. Aún así, como ocurría con tantos otros de pretendida naturaleza sobrenatural que circulaban por la red, una minúscula parte de nuestro yo irracional anhelaba que fuera verdad. Era bueno, realmente perturbador, y añadía visitas a su contador diariamente, convirtiéndose en uno de los vídeos más populares entre los jóvenes, sobretodo en época de Halloween.
La grabación había sido realizada con un teléfono móvil de escasas prestaciones, lo que le daba ese aire de falso documental que tan de moda puso El proyecto de la bruja de Blair a finales del siglo pasado, y en ella una joven de pelo corto y oscuro, las facciones pixeladas hasta lo irreconocible, disfrutaba de las apacibles aguas de un lago, sonriendo traviesa al voyeur tras la cámara. Nada hacía presagiar lo que vendría a continuación: la menuda figura que surge tras la desprevenida bañista, los cabellos mojados enmarcando unos ojos de color amarillo maligno, y que la arrastra en íntimo abrazo hasta las profundidades del lago; la tardía reacción del cámara, que corre hasta la orilla en un desesperado intento de auxilio… Las garras que surgen de las aguas para enredarse en los cabellos del muchacho y lo arrastran consigo, quedando abandonado el móvil que filma en forzado encuadre el vacío que los cuerpos han dejado, tragadas sus existencias por las perezosas aguas donde se diluye lentamente una mancha pardusca de sangre liberada.
La leyenda urbana forjada en torno a la “película descubierta por unos senderistas”, como rezaba en la entrada del vídeo, diría que una joven madre, con ganas de recuperar el tiempo perdido, ahogó en las aguas de ese mismo lago a su pequeña hija, y que años después el espíritu sin descanso de la criatura volvió del más allá para vengarse. Era ella una leyenda urbana de la que no se sabía el autor; los únicos datos que circulaban por los foros y páginas que estudiaban la historia eran que el lago en cuestión recibía el nombre de Glauco y que se hallaba en... Bueno, cada uno que haga sus deberes. La cuestión es que yo veía el vídeo como un mero acto de publicidad; la forma del avispado director para darse a conocer en vete tú a saber qué círculos, y hacia aquel lago me dirigí, espoleado por la intensión de dar con el responsable del engaño y redondear así la nota del curso con un trabajo titulado: ¿Cómo se fragua una leyenda urbana?
* * *
–Nadie sabe con certeza lo que pasó aquel día.
–¿Perdón?
–Vienes por lo del vídeo ¿no?
–Pues… sí.
–Pues eso. Que nadie sabe lo que pasó; ni quién colgó el vídeo en Internet. Tal vez el viejo Tizitl pueda contarte algo de interés.
Todos los lugareños a los que pregunté me respondieron de forma similar, como dando por hecho una realidad que yo sabía falsa. ¿Estaban todos compinchados con el creador del vídeo o eran tan ingenuos como para creerse la historia? Siguiendo las indicaciones recibidas fui a hablar con el viejo Tizitl, que hacía las veces de curandero de la zona y que vivía en una cabaña aislada del pueblo. El viejo me atendió amablemente, una taza humeante de algún tipo de infusión natural ante mí, y estudió con interés las imágenes guardadas en mi teléfono móvil.
–Una furia de agua.
–¿Una furia…?
–…de agua, sin lugar a dudas. Alguna que otra he visto a lo largo de mi vida.
Me quedé perplejo ante las palabras de Tizitl. Aquel viejo curandero apartado del mundo no podía formar parte de un engaño urdido bajo el amparo de Internet y las redes sociales, y un fuerte temblor sacudió los cimientos de mi certeza, haciéndome dudar. Pero eso no podía ser… ¿No?
–¿Era joven la chiquilla?
–Seis años.
–Los críos son los peores. Una muerte de esa naturaleza invoca fuerzas muy poderosas. Y si se trata de una persona joven, la incomprensión suele desembocar en ira descontrolada. Esa cría es ahora una furia de agua. Vive para la venganza, poderosa por las aguas donde murió.
–Pero ya ha cumplido su venganza… ¿No? –me sorprendí preguntado, sin saber en qué momento había aceptado la veracidad de la historia.
–No. Es una cría enfadada, al fin y al cabo, sin nadie que la calme. Acabará con todo aquel que pose sus ojos en ella. Por eso le digo, joven, que vuelva a casa. Las furias saben cuando alguien las busca; y entonces van a por él.
–Un momento… –una duda resquebrajó la advertencia del viejo–. Usted me ha dicho que ya había visto antes una furia de agua. Si es cierto lo que me cuenta, debería haber muerto.
–Mire joven. Debe saber que fui ungido en arcilla cuando era pequeño; magia muy antigua por la que puedo ayudar al que me necesita. La tierra me protege y las furias, como otros seres de poder que pueblan estos bosques, me reconocen como a un igual.
»Ahora váyase. Y olvide todo esto.
Cuando el sol volvió a calentar mi cuerpo tembloroso, las dudas y certezas que el viejo creara se evaporaron como el rocío de la mañana, y me dio por reirme de todo y de todos. Leyendas urbanas ¡Ja! Leyendas rurales ¡Venga ya! Con férrea obstinación llegué a la solitaria orilla donde se fraguó el engaño, y allí me encontró el crepúsculo, pensado en la historia de la furia de agua y en su retorcido creador. Y fue entonces cuando las aguas se arremolinaron en torno de aquellos ojos amarillos que tan bien conocía, atraídos por mí; arrastrándome hacia ellos.
Mi cabeza se vacía de pensamientos y en el último segundo de lucidez, cuando siento los afilados dientes de la criatura devorar mi cuerpo muerto, lo que hubiera sido mi vida pasa ante mis ojos a cámara rápida, embargándome una profunda pena de la que ya no conozco su origen. Soy arrastrado hasta las profundidades de un lago de aguas glaucas que será mi tumba. Descanse en paz éste que ahora cree.
B.A., 2.014
Nota: Este relato continúa en "Ungido en arcilla"
http://www.cortorelatos.com/relato/24084/ungido-en-arcilla/
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales