Memorias de un Cascarrabias (1ª parte)

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MEMORIAS DE UN CASCARRABIAS


- Buenos días, ¿Cómo estamos hoy?...



(Lo pregunto como si me importara, pero tengo que quedar bien con este hijo de la gran puta.)

- Buenas, pues estoy muy bien porque bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla...

- Hasta luego salao.

(Qué pesado es este imbécil, ¿cuándo se dará cuenta de que no le aguanta ni su padre? Porque es el que me paga a principios de mes, si no le iba a hablar Rita.)



...



- Hola Gabriel, oye, que no me enteré de lo que me dijiste al entrar, ¿a dónde tengo que llevar este sobre?

(Puto marrón, con el frío que hace en la calle y a salir porque al bobo este de lo huevos se le pone entre los cojones. Estoy harto de esta mierda de trabajo.)

- Sí Fernando, no te preocupes, que ya lo llevo yo, te invito a un café en donde Pedro y luego voy para allá, que me pilla de paso con otro tema que tengo que solucionar.

- Perfecto Gabriel, vamos pues.

(Subnormal, quién ostias se cree que es para andar invitándome. Odio esa manera que tiene de restregarme en la cara que cobra más que yo. Imbécil.)

- Llámame Gabi, que llevamos trabajando juntos doce años y todavía me llamas Gabriel, ¿eh? Este Fer...

- Ha ha. Sí, claro, Gabi. Ya sabes que me cuesta, estoy acostumbrado a otras épocas.

(Niñato de los cojones. Le voy a llamar Gabi a la puta madre que mal parió a tu puta madre.)



...



- Fer, ¿Qué quieres?

- Cortado con leche fría, por favor.

(Tu muerte repentina es lo que quiero, amargavidas.)

- ¿Nada para acompañar? esos curasanes tienen una pinta divina, venga, tómate uno, que yo no puedo con los dos míos. ¡Señorita! ¡otra tarrina de mantequilla para el mejor currante de Abisal Paquetes y Servicios!, jeje.

- Ha Ha. Tú siempre tan guasón, no hace falta, porque ya he desayunado.

(Cómetelo tú y revienta, malnacido.)

- Dale hombre, no te cortes, aunque sea pruébalos, que son de una pastelería de el pueblo este... ¿Cómo se llamaba? Este que está tirando por la carretera de arriba, la del cerro.

- Sí, Villapasas del Río, buenas fiestas me pegué allí de joven, es dónde conocí a mi mujer.

(Parece que quiere saberlo de verdad y todo.)

- Anda, ¿y cuándo son? Que a lo mejor me acerco este año.

- Pues son en agosto, a mediados. Estaban muy bien, aunque ahora seguro que han perdido algo, los chavales ya no sois lo que éramos.

- Seguramente Fer, ahora estamos bastante más amariconados, jeje.

- Sí, éramos muy bestias, pero mucho, me acuerdo que... bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla...

(La que le estoy metiendo, pero parece interesado.)

- Jo jo jo.

- ...Bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla...

- Jajaja.

- ... Bla bla bla bla bla bla bla... y bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla...

- ¡Hala, qué burros, jua jua jua!

- ...bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla, y así es como se enteró mi mujer de que estaba preñada.

- Muy bueno, jeje. Me tengo que ir, eso sí, que me está esperando tanto el del sobre como el otro cliente. ¡Señorita! Cóbrese, por favor.

- Vale Gabriel, ve con Dios.

- OK, Ciao Fer.

- Adiós.

(Este es anormal, que estamos en España, cojones, ¿no es capaz de despedirse como es debido?)





Hoy cumplo 64 años, y estoy en la flor de la vida. Fer, me llaman, pero no me gusta. Me gusta que me llamen Fernando. Yo llamo a la gente por su nombre, no sé por qué se empeñan en llamarme ellos como les sale del higo. Pero bueno, no pasa nada, ya me da igual.
Me encanta mi vida ahora mismo, estoy ágil de cuerpo y de mente, aunque más de lo segundo. Mi trabajo me permite llegar a fin de mes sin apuros y no estar demasiado estresado. Además, me permite estar alerta y en forma, puesto que tengo que combinar largos paseos entregando cartas y paquetes con importantes momentos en los que debo programar rutas y realizar informes, entrenando así mis capacidades de retención, lógica y redacción.
Siempre pienso que soy un poco cascarrabias, me suele sentar mal lo que me dicen en el momento, pero es que no aguanto a nadie, sobre todo si es joven y estamos a primera hora del día. Los jóvenes son una mierda, están malcriados y se creen que se pueden comer el mundo. Y nos hacen de menos a sus mayores. Como mi jefe, Gabriel, que me trata como si fuese su igual. Que tengo casi treinta años más que tú, niñato. Por mucho que tengas una carrera de mierda no sabes de la vida ni la misa la mitad.

En mis tiempos todo era diferente. Teníamos respeto por todo el mundo. Las personas mayores eran fuentes de experiencias, y tenían la capacidad de asombrarte y enseñarte cada día una lección diferente. Me encantaba escucharles y luego poner en práctica sus consejos. Pocas veces fallaban.
Una vez, cuando bajábamos a bañarnos al río, tuve la sensación de que se me había olvidado la cartera en algún lugar que, obviamente, no recordaba, pero había pensado en él justo antes de darme cuenta de que no tenía la cartera encima. Un cura de mi barrio me dio un consejo muy bueno a la hora de recordar algo que acababa de pensar y se me había olvidado al cruzarse un pensamiento nuevo. Era imaginarme una olla llena de pimientos verdes cocinándose. Así podría recordar mi pensamiento inmediatamente anterior al actual. Así lo hice, y conseguí recordar que dejé la cartera apoyada en el techo del coche. Fui para allá y la recuperé. Cuánto le tengo que agradecer al cura de mi barrio, y a muchos otros ancianos que tenían a bien contarnos historias.
En otra ocasión, no se me olvidará en la vida, fue mi hermano el que conducía un coche que se acababa de comprar, era un Seat Seiscientos, de cuarta o quinta mano. No tenía parachoques trasero, pero daba igual, era su primer coche, y estaba contentísimo. Fuimos con mi tío Gregorio a conducir con él y embarrancamos, al meternos por los caminos más arenosos del pinar. Qué disgusto mi hermano...

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