Nos llaman los olvidados. Somos los últimos en la cola. Los rezagados, los que esperan que las cosas cambien el rumbo. Mujeres, hombre. niños y ancianos. Somos una larga lista que no figura en ninguna otra. Los que esperamos la mirada de alguién para acercarnos una mano, tal vez un alma caritativa, quizá alguién que se percate de las necesidades de los otros.
No tenemos identidad, algunos siquiera conocen su nombre. El origen desconocido nos hace dueños en un ámbito circular, que sólo nosotros comprendemos. Sólo eso poseemos, si es que el verbo poseer está en nuestra sangre, ya que nada tenemos.
Somos el sueño que despertó un día y que se niega a volver ser. Somos los que tememos a los inviernos, los que comprendimos que el hombre puede ser un cúmulo de desdichas sucecivas. La herida que no deja de sangrar, la herida impuesta por la sociedad que todo lo consume y que poco lo tolera. Somos los del margen del camino, los que pasaran al otro lado en la discrepancia de un acto silencioso e íntimo como la muerte. Quién sabe si ya no estemos muertos y no lo sepamos. Quién nos podría asegurar o negar. Quién sabe si no hay en nosotros más vidas que en muchos de estos transeúntes de los cuales ignoramos su historia.
Queremos intentar una transformación interna y externa. Mejorar la situación. Que surja una nueva voz y un oido que nos escuche. Queremos soñar con un mundo más inclusivo para todos, no será fácil. Más bien estamos ante una tarea laboriosa. Pero aunque todas las luces se apaguen no bajaremos los brazos. Siempre nos queda la esperanza.
Leopoldo isacc
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