Veintiséis , veintisiete y ¡Veintiocho, llegué! En realidad, después de tres meses subiendo y bajando la escalera, ya ni me afecta. Todo parece funcionar bien. La hora: 19:16, perfecto. Presiono con la palma el gran botón rojo que enciende el faro y listo, todo en verde. Comienzo a descender, satisfecho de mí mismo. Es más que nada una autojustificación ya que sé perfectamente que no soy necesario en absoluto.
Cómo son las cosas, ¿No? Normalmente se colocan computadoras que tratan de evitar los errores humanos y ahora, el gobierno ha dispuesto que haya en cada faro al menos una persona para alertar por si hay problemas técnicos.
Para nosotros fue una tabla de salvación, voy cavilando mientras me dirijo a la cocina.
Yo llevaba casi un año sin poder conseguir trabajo y junto con los chicos, dependíamos del magro sueldo de Ramona. ¿Qué habrá pasado hoy que la comunicación se volvió a cortar? Hace tres días que se corta. Pienso en hacer un informe mientras retiro la comida del enorme refrigerador.
Hay que sacarse el sombrero por la sencillez con que solucionaron el tema: uno agarra una especie de bandeja cubierta, la mete en el microondas y luego de quince minutos retira la cubierta. Ahora lo que tenemos es una bandeja con dos cuencos de diferentes comidas y un tercero con el postre junto con sus respectivos cubiertos. Parece el catering de un avión. El problema es que las bandejas no están identificadas y el menú se podría tornar monótono. Por ahora tengo un buen promedio, la mitad de lo que selecciono es nuevo y la mitad repetido. Por supuesto, las matemáticas se impondrán ya que todo nuevo pasa a ser luego repetido y creo que esta es una de las razones por las que el contrato sea solo por seis meses.
Pero algo es algo. Por suerte no pedían ninguna especialización y con dos semanas de entrenamiento quedé adentro. Supongo sonriendo que también habrá tenido algo que ver que el primo de Ramona, Ulises, fuera el novio secreto de la hija del jefe.
Con qué desconfianza me miraba. Pero me pagó los seis meses por adelantado como a todos los fareros. ¡Claro! Con lo remotos e inaccesibles que están los faros ¿Quién podría renunciar?
Si bien esto solucionó nuestros problemas y nos devolvió la alegría. Este tiempo aquí ya me está pesando. Por eso me molesta tanto la incomunicación. Me doy cuenta de lo lejos que estamos y la añoranza me muerde el corazón.
Tiro la bandeja y desechos al reciclador y me voy a dormir.
El dormitorio está bien, ni grande ni chico. Pongo música suave y preparo el despertador para las primeras horas de mañana. Por fin me relajo y apago la luz.
Solo un resplandor azul asoma por la ventana. Los párpados ya se cierran. En un último destello de conciencia vuelvo a sobrecogerme ante la vista de la enorme Tierra. Sola y perfecta en un increíblemente negro firmamento. La falta de una atmósfera en esta desolada luna hace que su brillo opaque a toda estrella.
Sin embargo, mi nostalgia juega con sus nubes y creo soñar sobre ellas la cara sonriente de Ramona. Mis labios también sonríen y me deslizo al olvido.
Carlos Caro
Paraná, 09 de octubre de 2012
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