La muerte me persigue

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 «La muerte me persigue. Murió mi novia cuando estabamos de fiesta y seguramente murió por mi culpa, yo estaba borracho y no podía conducir. Se ofreció a llevarme a casa, me juró que había manejado antes una moto y que lo hacía bien. La creí.
 Ella había manejado motos, sí, seguramente lo había hecho. Pero nunca con un paquete borracho que no estaba quieto. Ese soy yo, no sé qué hice pero en pleno autopista la moto volcó y ambos nos arrastramos por el asfalto unos cincuenta metros. Yo llevaba el traje protector y no me hice ni un rasguño mientras ella chillaba de dolor al sentir la lija del asfalto contra su cuerpo, acabé en el arcén y lo presencié todo. Vi cómo ella quedaba en medio de la carretera y un camión le pasaba por encima terminando con su tortura. Mi corazón no ha vuelo a latir al ritmo normal desde que ocurrió aquella desgracia. Me prometí a mí mismo nunca más beber una gota de alcohol... Pero no tardé ni tres días en volver a emborracharme.
 Un colega, Esteban, me vio deprimido y me invitó a salir con su churri. Salimos y una copa llevó a la otra, y cuando estaba mareado me ofrecieron porros. No quería pensar, solo deseaba olvidarme de todo así que fumé uno y me sentí eufórico. Creo que nunca había sido tan feliz como ese día. Lo malo es que hubo unas horas en las que dicen que hice cosas horribles. No puedo recordarlas, solo que cuando desperté estaba tirado en el suelo del metro, junto a un banco y que había vómitos a mi alrededor. Seguramente míos.
 Esteban me dijo que había tratado de violar a su novia y que con gentuza como yo no pensaba juntarse nunca más. Yo ni siquiera me acuerdo del aspecto de esa tía.
 Ahora estoy jodido, fui a pedirle más María y ese cerdo no quiso dármela. Se puso terco y tuve que amenazarle, entonces me dió toda una piedra de medio kilo y me la llevé. Esa misma tarde me la fumé enterita. Notaba que en cuanto me despejaba un poco me volvía a acordar de mi chica y no podía soportarlo, quería olvidar como fuera.
 Cuando desperté estaba en este hospital de pesadilla. Me tenían amarrado a la cama como si fuera un loco peligroso. Grité y supliqué ayuda pero nadie se acercó,... nadie excepto Eva, mi novia. Estaba viva y estaba allí conmigo. Ella me soltó y me dijo que confiaba en mí, que debía dejar de gritar y que todo saldría bien. Yo era feliz teniéndola allí, pero se marchó. Cuando se cerró la puerta me levanté y traté de seguirla. Ahí fuera había algo que me dejó aterrorizado. Una veintena de personas ensangrentadas y con espantosas heridas en la cara y los brazos caminaban por los pasillos como si no se vieran unos a otros. Había algunos reunidos en círculos y emitían extraños ruidos, como si lamentaran estar tan destrozados y se unían para consolarse unos a otros. Eva no estaba allí, pensé que alguien la había cogido y se la había llevado para torturla. Corrí por el pasillo gritando su nombre y todos esos... zombis se pusieron a perseguirme. Chillaban y me destrozaban los oídos, les golpee, les patee y salí corriendo del pasillo gritando el nombre de mi novia. Por las escaleras me persiguieron policías zombis. Hacían sonar sus horribles voces, que no entendía pero corría más que ellos.
 Al salir a otro pasillo había más zombis, los veía por todas partes. Encontré una escoba, la partí la usé como una estaca. Me los quité de encima a estacazo limpio, les atravesaba el corazón y dejaban de seguirme. A otros los quitaba del medio golpeándolos con todas mis fuerzas en la cabeza.  Salí del hospital y esos malditos me atraparon. Me golpearon y me metieron en un coche patrulla. Desde el coche vi que la gente que caminaba por las calles eran zombis. Todos ellos iban cabizbajos, con heridas en todo el cuerpo. Estaba seguro de que solo podía ser una pesadilla, pero no despertaba. Esposado seguí llamando a Eva, esperando que esos monstruos me llevaran a su lado.
 Dicen que fumé demasiada marihuana en mal estado, que la gente a la que golpee eran personas normales, que Eva está muerta y no volverá.
 Siento mucho haber golpeado a tanta gente, yo creía que me harían daño, lo hacía en defensa propia. Estaba asustado, no tengo la culpa de lo que vi. Sería la droga adulterada. Espero que lo tenga en cuenta a la hora de decidir mi destino, señor juez.»

 El juez le miraba horrorizado. Los abogados no dijeron una sola palabra.
 - En vista de que él mismo admite sus doce asesinatos y veitiocho agresiones graves, este tribunal declara a David Ortega Galendi culpable de los delitos que se le imputan. Acudirá a un hospital psiquiátrico el tiempo que estimen necesario y después cumplira 240 años de prisión, que se podrán reducir por buena conducta.
 El martillo sonó con fuerza en el estrado.
 - Se levanta la sesión.


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