Allí me encontraba yo,inmóvil,como si mi corazón hubiera dejado de emitir ese bombeo característico que nos impulsa a respirar,frente a aquel ángel desvalido ,despojado de su aura de magnanimidad.Aquel espíritu celeste acababa de caer destronado de la corte celestial,sin saber un por qué siquiera. Ante aquella funesta visión,me quedé petrificado,sin poder articular palabra ,ni poder hacer un simple gesto.Al poco logré recuperar parte de mi movilidad sensorial ante tan sorprendente signo de castidad.La dama representaba todos los valores que yo había ido perdiendo a cada paso que había dado en mi vida. Ante la visión de tan hermosa mujer,con su áurea cabellera,en directa competencia con los rayos del sol,aquella cándida y tersa piel,con una inigualable delicadeza jamás comparable por ninguna de las sedas indias,no pude por más que sentir misericordia por aquella criatura,pero al acercarme y mirar en la profundidad de sus ojos comprendí que esa compasión que yo sentía por la doncella no era nada más que el reflejo de la compasión que debía sentir por mi mismo,por mi corazón, corrompido por el trato continuo con la humanidad. Al mirar en sus ojos insondables,no pude más que descubrir su alma,llena de afabilidad y ternura,un alma impoluta de pecados,y ver el cometido que la había arrastrado a este putrefacto mundo:había venido a salvar a un alma desamparada de las garras de la desesperación. Al levantarse la comtemplé en toda su plenitud,vi ante mí la inmensidad de la misericordia,y no pude por más que sentirme una insignificancia ante tanta pureza y ver mi corrompida y desvalida alma como se deshacía en mil pedazos y eché a llorar. Aquel ángel me miró fijamente a los ojos y al cogerme la mano no pude menos que estremecerme ante aquella reluciente piel, me sonrió con una sonrisa hermosa y sincera,sus dientes eran álabes de marfil, y finalmente me habló;me habló en un idioma que jamás había escuchado pero que era capaz de entender:me dijo que era el lenguaje del amor y que mi alma estaba demasiado cansada por la cotidianidad de la vida como para que fuera capaz de reconocerlo. Al hablarme me sentí en un oasis de paz del que no me apetecía huir y no pude por más que dejarme llevar.Aquel espíritu,al ver mi desintegrado interior, estaba dispuesto a sacrificar su alma por salvar la mía en un acto de inconmensurable piedad.Me estrechó la mano enérgicamente ,como si no quisiera que se soltara y me arrastró a su mundo,un mundo lleno de amabilidad y ternura.
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