Lo que yo daría por oírte gemir de placer

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Ya sé que no me conoces de nada, ni yo a ti, y hasta ahora nunca había creído en el amor a pri

mera vista, pero... ¿dónde has estado durante todos estos años? No sé porque, pero tengo la

sensación de que mi vida hasta ahora no ha tenido ningún sentido, que solo he pasado por ella,

soportando sus inclemencias, solo para encontrarte en esta solitaria parada de autobús. Y tú ahí,

leyendo ese libro que no logro saber cual es; porque creo que todo lo tuyo podría interesarme.

A pesar de tu juventud te noto triste y mi corazón sufre, y no sé porque... Que bella eres. Si

realmente existiese eso que dicen de la proporción áurea, seguro que tú la tendrías con esa na-

riz respingona y puntiaguda, esa piel inmaculada y radiante que ni siquiera un mínimo lunar

se ha atrevido ha intentar atacar . ¿Cuantos años debes tener? veinte, veinticinco, treinta. Podri-

as tener mil y creo que aún seguiría enamorado de ti hasta la médula. Y tu cuerpo, hablemos

de tu cuerpo, que sin mucha imaginación puedo... ¿¡Por qué te levantas!? ¿A dónde vas? No

puedes salir así de mi vida y... Oh, ya veo, el maldito autobús. Espero que no te subas en él

porque quisiera deleitarme con tu presencia. Perdona si te miro tanto (aunque tú no te des cu-

enta) pero es la primera vez que veo una diosa caminando entre los mortales... Lo que me te-

mía, subes al autobús. No es el mío pero aún así voy ha subir contigo solo para tenerte cerca

un poco más y seguir creyendo después que la vida tiene algún sentido.

Te sientas en el último asiento y yo me planto en medio del autobús de pie para no perderte

de vista. No quisiera hacer de este encuentro algo burdo y banal pero no puedo dejar de pensar

en lo que yo daría por oírte gemir de placer.

Nos imagino a los dos en una habitación donde se acaban las palabras cuando la ropa cae.

Las serpientes se entrelazan en besos cálidos. Dejo el mundo atrás cuando me adentro en el

valle de tu cuerpo que, como un terremoto, tiembla bajo mis dedos. Voy sin prisa por él. Escalo

tus montañas con mi lengua para saborear la fruta de tu excitación. Tu canto de sirena me acu-

na y quisiera dormir para siempre allí. Subo al cielo de tu boca de nuevo y detono la pasión.

Perdona si me detengo en tus ojos, pero nunca antes pude mirar el sol. Me alejo del frío acto de

la masturbación. Columpiándome por tu cuerpo sudoroso llego a la laguna de tu perdición. En

ella me zambullo y ahogo, solo para arder en el infierno de tu entrepi

 

- Disculpe, joven, ¿sabría decirme cual es la próxima parada?

 

- Eeeeh... pues... eeh... no... No sé, no tengo ni idea, señora... Creo que el recinto ferial.

 

- Ay, gracias. Que buen mozo que es usted.

 

- Je je. Gracias, señora.

 

¿Qué te estaba diciendo?... erna. Te poseo como un loco. Cometiendo cualquier pecado para

seguir ahí, jugueteando en tu interior como un niño travieso, moldeando tu alma. Me rescatas
dándome la mano para que caminemos juntos hacia el cercano orgasmo. Te la juegas al mon-

tar en mí cual jinete experta. Sabes que me voy ha dejar arrastrar a donde me quieras llevar.

Nuestras pieles se funden en el torbellino del éxtasis, que nos hace estallar en un millón de pe-

dazos sobre la cama.

¿Te vas a bajar a aquí?

 

No sé porque estoy haciendo esto, seguirte sin que te des cuenta.

 

Así que aquí es donde vienes: la biblioteca.

 

No temas que yo velo por ti mientras tú estudias lo que sea que estés estudiando. Me siento

ridículo, estúpido y un poco desconcertado; si yo me viese a mí mismo creería que soy un per-

vertido, pero no te asustes porque solo estoy aquí porque sin conocerte creo que pudiera querer-

te y guardarte por siempre.

Que rápido se pasa el tiempo a "tu lado", ya casi a anochecido y supongo que te diriges a tu casa.

Nunca he sido un hombre valiente pero puede que no vuelva ha verte nunca, así que:

 

- Perdona... Ya sé que no me conoces de nada, ni yo a ti, y hasta ahora no había creído en el

amor a primera vista pero... ¿te apetece tomar algo?

 

- ...


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