En la edad adulta, el hombre siempre busca alejarse de los estresantes ritmos de vida que las grandes ciudades te da, en mi caso, gasté toda mi juventud en amalgamar una considerable fortuna que me ayudaría a cumplir este sueño, por obviedades de mi apretada agenda laboral, jamás pude formar familia o contraer nupcias con alguien que entendiera mis costumbres capitalistas.
Una vez jubilado y retirado del ambiente productivo, decidí que con mis ahorros compraría una casa a las orillas de la playa, la majestuosa orquesta del mar acompañaría los últimos días de mi cansado existir, una sencilla residencia en una costa poco comercial traería a mi, momentos gratos de paz. Amaba despertar y caminar interminables pasos por la orilla, la arena húmeda entre los dedos de mis pies desnudos, era una experiencia suculenta para mis sentidos, abarcando desde el aire golpeando mi rostro, el aroma a sal del mar, el sonido vibrante de las olas rompiendo contra las rocas y la vista impresionante del horizonte infinito, era tal como lo había planeado desde los albores de mi juventud.
Acostumbraba en estos ratos de intima soledad, a escribir poesía, siempre tuve la inquietud de liberar el alma en letras, la musa que este paisaje me regalaba me daba para llenar hojas completas, vivía mi paraíso en plenitud desbordada.
Todos los domingos me levantaba tarde, era el único día que dejaba a mi sueño correr de largo, esa mañana el aire golpeaba con fuerza las ventanas de mi cuarto, despertaba con pesadez y encaminándome hacia ella, observe a través de los cristales una sospechosa tranquilidad en la playa, pese a que era un lugar poco habitado, esta vez pareciera que estaba desierto, mientras aclaraba mis ojos, advertí de un elemento faltante en mi paraíso.
Salí corriendo hacia la arena para confirmarlo, el agua del mar había retrocedido al fondo, sobre la orilla quedaban restos de peces y conchas exóticas que difícilmente se estancan en la superficie, se imaginaran mi sentir, un hueco en el estómago se formaba al presenciar que una ola gigantesca se acercaba a mí, kilómetros de agua se erigían sobre los cielos, los diarios no habían reportado ningún fenómeno meteorológico, pero este era un desastre natural de medidas inenarrables. La ola oscurecía al joven sol matutino, se acercaba para aplastarme como a un insecto, logré salir de mi petrificación para moverme, no tenía claro a donde ir, solo el instinto de supervivencia me indicaba escapar de la inminente muerte.
Mientras caía y tropezaba sobre la arena, escuchaba el rugir de la ola gigantesca, el aire que esta producía me empujaba hacia adelante haciendome trastabillar, algunas personas más que observaba delante de mí, señalaban a la titánica masa de agua, corrían desesperados mientras su alargada sombra nos cubría, tropecé una vez más, mis viejas articulaciones parecían darse por vencidas, mis rodillas dolían y pensé en entregarme a la más horrorosa muerte, me di vuelta para ver a mi verdugo, tengo que reconocer que pese a lo impactante que es ver a una ola enorme en frente de ti, el espectáculo apocalíptico es incomparable, la ola descendía para romper con los primeros metros de tierra firme, su rugir me aturdía, antes de cerrar los ojos para ser cubierto por el mar, pude ver detrás de la masa acuática, una figura aún más grande que las olas, una gigantesca fisonomía que avanzaba con lentitud hacía nosotros, de su cuerpo obscuro resaltaban dos brillantes luces en su rostro, unos ojos que parecían brillar como incandecentes luceros, observar esto fue aún más conmocionante que ver la inmensa ola elevándose por los cielos, que horror tan grande nos esperaba. Tal vez y después de todo, la muerte a causa del impacto marítimo, sea de los males que se avecinan, el menor.
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