Un día en las rejas del circo.

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-Pero, disculpe. Yo en ningún momento he dicho que quisiese que me metierais aquí. Mucho menos compartiendo mi espacio con eso.
-Hahaha. ¿Desde cuando es necesario hacer las preguntas antes de hacer las cosas?
-No sé, desde que tengo uso de razón las cosas ya eran así; no veía necesario replanteármelo otra vez.
-Si no eres de esos que no pueden parar de replantearte las cosas, a lo mejor si que te mereces estar ahí metido. Puedes plantearte eso ahora, joven.
Enmudeció y fue a sentarse lo más lejos posible de su nuevo compañero.
Esa noche se hizo tan larga para él, que ninguna de nuestras ridículas mediciones y cárceles de tiempo podrían abarcar semejante eternidad. Obviamente ni dormía ni lo intentaba, estaba demasiado atento, y no solo a esa sombra enorme que estaba tumbada en el otro extremo, con una respiración exagerada para una criatura y esos ojos que parecían desprender luz propia.
También estaba con el oído puesto en lo que pasaba fuera. Había muchísima gente, muchísimo ruido y nada de música. Se oían máquinas con brazos de metal enormes, retorciéndose y chirriando como si fuesen a romperse en cualquier momento; el maíz estallando en algún segundo en que el silencio golpeaba aquello. Y voces, voces de todos los tipos y colores y formas. Niños reclamando a sus padres, padres reclamando a sus niños, vendedores reclamando a los padres por culpa de los hijos y vendedores reclamándose entre ellos. Todos estaban buscando algo, todos pensaban que lo tendría otro y después de esa pequeña guerra propia, nadie conseguía nada. Y se miraban y lo sabían y todos lloraban por dentro y nadie lo hacía por fuera. Excepto el joven.
Se vio envuelto, a pesar de estar a oscuras y bien separado de todo, en aquella pena que devoraba a todos y de la que todos eran conscientes pero él más en particular.
Se rompió. Las tripas no paraban de gemirle, el corazón se le empequeñecía y necesitaba más que nuca llorar. Estuvo cerca de vomitar las tripas, le ardía el cuerpo y ya solo esperaba desmayarse y acabar.
En medio de esta espiral agónica, aquella sombra que tan en guardia le había tenido esas últimas horas se levantó. Empezó a avanzar hacía el chico con un paso bastante decidido, pero con una respiración mucho más débil. Parecía que había olido algo que le atraía más que cualquier comida, o sueño o tesoro o lo que sea que moviese a esa cosa.
Cuando estaba a escasos pasos, empezaron a brillar debajo de esos ojos tan inquietantes una hilera de lo que se suponía, eran sus dientes. El chico dejo todo lo que estaba haciendo, incluido el sufrir, volviendo a sumirse en ese silencio tan puro. No era por defenderse, ni por miedo ni por poder atender a la situación. El tenerlo tan cerca, tan peligroso y desconocido e imprevisible como la vida podrían haber sido los culpables, pero tampoco lo eran.
Intentó pensar qué era lo que le impedía salir de ese estancamiento que era tan nuevo para él, pero en realidad solo se dedicaba a mirar aquella cosa fijamente a los ojos y a los dientes y luego de nuevo a los ojos.
No pretendía retarlo, ni de lejos.
Se oyó un sonido metálico y muy agudo, como el de una bola chocando con una campanita.
-Premio,- pensó él.
Aquello (sonrió) incluso más que antes.
-Premio.- pensó también.


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