Propósitos Añejos

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Me dispongo a partir no sin antes tomar el viejo abrigo del sillón aterciopelado. Cae un pequeño pedazo de papel doblado en cuatro partes. No lo reconozco, no ha sido puesto ahí por mi mano. Lo comienzo a abrir, despacio, como si temiera que explotase ante mis ojos. Ahí lo veo, un breve pero conciso párrafo; tan directo como una bofetada causada por los celos. Tres líneas, sólo tres, pero muy bien repartidas. Cada palabra perfectamente tomada con la siguiente, sin apretar mucho, sin aflojar demasiado. Tan dulce variación en cada letra; cada espacio libera tensión en mi lengua, pero me hace anhelar comenzar con la contigua. Me muerdo el labio tratando de entender su origen, pero el encanto de ese escrito me dificulta la tarea. Lo leo de nuevo, sin embargo parece que lo olvido. Lo leo cada segundo. Mi brazo reciente el peso del abrigo y decide posarlo otra vez en mi sillón. Me siento un momento, pero no sé para qué. Me parece recordar mejor. Este papel lo has escrito tú y su contenido es consecuencia de mi nacimiento. Lo redactaste hace un año, con un puñado sueños, promesas, reflexiones y unas cuantas sonrisas y lágrimas. Es demasiado tarde, ya que mi turno de partir es ahora. Me lo llevaré como recuerdo de la prometedora persona que eres, pero esto no me servirá de nada a mí. Todo su contenido era perfecto, letra por letra, pero olvidaste un detalle: nunca lo sacaste de mi bolsillo.

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