Compañero

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Cómo no voy a recordarte, viejo amigo, si aquella mañana compartimos tanto y pasamos tan poco tiempo juntos. Aun así, fue mágico el momento. Te subiste dos estaciones después, con ese sombrero gris que tanto te gusta, un poco gastado, pero útil a pesar de ello. No me reconociste en todo el viaje. Supongo que estabas algo alterado, pues el tiempo apremiaba y el Metro parecía tener el freno puesto. Comenzaste a hojear aquel clásico, tu sabes bien cual, el que tiene la portada bicolor y letras doradas. Tu mirada se perdió en él. Me intrigaba la atención que ponías en el texto. Ya no me fijaba en el lento andar de los vagones, sino en las expresiones que me regalabas. Sabía que eran para mí. También yo seguía pasando las páginas de mi libro de bolsillo, amarillento pero con vivos tonos en sus ilustraciones. Fue tan cómico ver que al tiempo que yo pasaba por una conversación en extremo seria, tú morías de la risa en tu mundo. Eso es tan típico de ti. Después coincidía tu preocupación con la extrañeza de mi semblante. ¿Realmente seguíamos cada quien en su universo? Yo ya no parecía solo en el mío. Me sentí con un compañero de aventuras. Mi compañero, sólo mío al parecer, pues percibía tu risa en mis palabras, como seguramente tú lo hacías en las tuyas. Me sentí tentado a dirigirte alguna frase de cortesía, pero tal vez no me reconocerías en mi forma humana. Sentí pánico de ello. Sin embargo, estaba seguro de que ese rostro tuyo me hablaba a mí, al personaje que estaba frente a ti, de carne y hueso. La lectura continuaba con locura, silenciosa todavía por ambos lados. Amigo mío, pero qué viaje tan maravilloso tuvimos ¿no crees? ¿Te enteraste antes de mí quién era el asesino? ¿Pasaste por los mismos lugares que yo? Creí verte de reojo junto a mí, pero tal vez solo lo imagine. Llegamos a la última estación, y con una educada reverencia casi invisible, te despediste de mí, fingiendo que aún no me reconocías. No me extraña amigo, siempre ha sido la falta de atención tu Talón de Aquiles, como en la página 54, cuando buscábamos evidencia del crimen en la habitación. Te bajas, y te pierdes en la multitud que lucha por avanzar. Yo me quedo ahí, gozando aún de ese viaje, del momento que compartimos, querido extraño, gran amigo. A lo lejos, tu gris corona se deja divisar y me promete, con la discreción de tu breve amistad, que volveremos a vernos en el capítulo siguiente.

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