Ventanas cerradas a medio claudicar, rejillas de luz se cuelan. Luceros azules se reflejan por las paredes, tunsgenos y tristes. La cabeza se ubica; ¿Dónde estoy? me pregunté. Por aquel entonces yo estaba desangelado.
Y mientras recordaba, un escalofrío, subió por los dedos de los pies hasta llegar al pecho. Se enfrío el corazón. Se encogieron los músculos de la garganta y los ojos se humedecieron. Otra vez el alcohol había hecho meya en mis sentidos cuando, de repente, entro en mi sinrazón un profundo sentimiento de culpa que afloró de golpe y porrazo.
Desde una vista ajena me reencuentro solo en una habitación desordenada. Me incorporé entre perfumes de mujer y tabaco. Pero la cama estaba vacía lo lamenté-. Me levanté lentamente estirando extremidades y bostezando, me froté la cara con las manos. Los ojos se calibraron y empezaron a funcionar. Se vislumbró la ropa en el suelo. Y las imágenes de ayer bailaron sobre mí cabeza.
Fogonazos de calor y vasos de vidrio. Botellas de ginebra medio vacías en un hotel cerca del puerto. Una habitación pequeña. Con dos camas y dos chicas preciosas en cada una de ellas. Invitando a beber y yo, acomodado en la seguridad que otorga el estar bien acompañado, me deje llevar.
Fotogramas caminando por el puerto, cogido de la mano, seguro y feliz. Hechizado por la noche sin saber que no es magia lo que me hacía estar contento, sino un embrujo, magia negra.
Sonaba música y más copas de vidrio, barras americanas de madera y risas, fuego y cálidos susurros a distancias cortas. Más tarde enfados y lágrimas. Lágrimas en la playa y arena en los bolsillos, en las botas y en el pelo. Arena de reloj que arrastra el oleaje de la playa de Barcelona y va quemando el tiempo que nunca tendría. Como el reflejo de la luna en el mar, me voy deshaciendo hasta deformarme en un ser irreconocible y perdido. Es tarde, pero de eso me daría cuenta al día siguiente. Cuando el fuego se apagase.
Cuán difícil resulta pedir perdón, cuando te sabes exento de él. Lo único que te lleva a seguir adelante es ese desgarro en el toraxs. Ese maldito calambre dentro del pecho, una línea muy fina que supone ser feliz o sentir añoranza de algo que no pudo ser, y nunca se sabrá. Una pequeña e insignificante línea que como ocurre en muchos otros lugares, puede significar la paz, o la guerra. Me podría declarar una víctima de guerra me dije. Pero en el fondo un valedor de la misma merece ser juzgado. Y ahí estaba yo. Solo, delante de la culpa. Con la condicional, sabiendo que no la podía volver a cagar y sin abogado de oficio. Es entonces cuando decidí escribir esta carta.
Es cierto que herí el corazón de a quien había depositado cierta confianza en mí, es cierto que perdí el control aquella noche y no logro recordar claramente que ocurrió. No espero perdón, pues no soy merecedor de él, quizá una oportunidad estaría bien. Lo que sí que no me importa es luchar, y en eso es en lo poco que me puedo considerar bueno.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales