¿Sabes acaso lo que siente cuando el invierno se instala en ti?
Una brisa; una racha de aire frío; o una pequeña nevada, no significa nada. No te dejes engañar.
Esto es algo más profundo. Algo que está arraigado a tus entrañas como si fuesen raíces.
Notas frío. Un escalofrío te recorre. Pero sólo te encoges, te abrazas a ti mismo y caminas más rápido.
Entonces es cuando comienzan a llegar las ventiscas. Bajas la vista intentando no dejar que la nieve y el viento se meta en los ojos. Corres. Intentas resguardarte, pero no puedes ver nada. Apenas ves lo que tienes a dos pasos de tí.
El viento estalla en tu rostro. Te deja ciego. No puedes ver nada. Tropiezas. Caes al suelo. Sientes frío. Te haces un ovillo. Imploras que la tempestad termine pronto.
No sabes cuanto tarda en parar pero para. Cuando abres los ojos y miras a tu alrededor, te sientes desorientado.
No reconoces nada.
El paisaje ha cambiado. Todo es blanco. Todo está helado.
Das los primeros pasos con cuidado. Intentas no resbalar. No caer.
Estás desconcertado. Asustado.
¿Dónde está mi paisaje verde?
¿Dónde se ha ido?
¿Volverá?
¿Lo podré encontrar?
¿A dónde estoy yendo ahora?
Y así, caminas y divagas sin encontrar NADA más que frío, blanco y hielo.
Y no hay rescate posible.
El invierno se ha instalado en tí. Y una vez que llega, no se va.
Gracias por leer el relato. Espero que les haya gustado. Gracias. Ontanaya
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