A ras de sexo (capítulo 3/5)

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-"Menos mal que pusimos la toalla" soltó entre dientes.

Es evidente que yo estaba soltando alguna gota de flujo que acabó, afortunadamente, en la toalla. Me puso la mano en la frente y me reclinó con cariño hacia atrás, apoyándome totalmente en el respaldo de la silla.

-"Ahora déjame a mí"

Enseguida comenzó a acariciar mi clítoris desnudo que, poco a poco se iba hinchando hasta descapucharse del todo. Cuando lo hubo conseguido se centró en mis labios, extendiendo con sus dedos todo el flujo que conseguía de mi cueva. Mientras él invadía mi intimidad más húmeda yo solo podía centrarme en no gemir demasiado alto. Ese frenesí sexual era desconocido para mí. Hasta hoy mismo los tíos solo querían de mí "un buen polvo" y correrse en mi cara, como en las escenas de XHamster. No es que me disgustara ese concepto, pero aquí estaba descubriendo que el placer puede interpretarse de forma muy distinta. El doctor solo se estaba centrando en el mío, y eso me impactó de forma muy positiva.

De vez en cuando, entre gemido y soplido, yo forzaba mi cuello para intentar otear de qué forma este tipo me estaba llevando al Limbo. No conseguía apenas ver nada más que su muñeca. El resto lo tapaba la falda arrugada sobre mi estómago. Lo que sí percibí en uno de esos viajes fue un aroma a sexo que subía irremediablemente hacia mis fosas nasales. No era un olor fuerte, pero olía a sexo, joder. La misma esencia que disfruto cuando me masturbo en casa y me corro en mi mano. Reconozco que me daba un poco de vergüenza pensar que mi compañero de paja reconociera ese olor a coño que, por otro lado, no es que estuviera sucio, sino que desde la ducha matinal no había pasado por enjuague alguno. Y sí por varias meadas. Y claro, la ley de Murphy:

-"Me gusta mucho cómo mojas y cómo hueles, Eva".

Solo se me ocurrió responderle con otro gemido y varios soplidos más. Sus caricias eran cada vez menos sutiles, aportando más fruición. Notaba perfectamente que con el pulgar apretaba mi botón y luego lo deslizaba hacia mis labios calientes y muy lubricados. Luego usaba el dedo medio y el anular para frotarme toda la vulva, haciendo finta de introducírmelos una y otra vez. Pero nunca llegaba ese momento. Yo estaba tan caliente ya que era consciente de un inminente orgasmo. No pude evitar gemir y respirar de forma muy acelerada. No quería descargar aún, pero el doctor sabía muy bien lo que hacía, y el desenlace era inevitable a muy corto plazo.

-"Me voy a correr ya", le solté al tipo no sé cómo, ya que mi respiración era ahora caótica.

Al oírme decir eso, al doctor no se le ocurrió otra cosa que forzar mi llegada penetrándome hasta los nudillos los dos dedos juguetones, haciendo que entraran y salieran de mis entrañas a toda velocidad. Solo pudo hacer tres viajes porque de repente me contraje brutalmente para empezar a eyacular. Durante algunas centésimas de segundo sentí la invidencia con los ojos en blanco, la boca abierta, la mirada al techo, el cuello encogido y una de mis manos atrapando con fuerza el puño del doctor para evitar cualquier movimiento en esos segundos de hipersensibilidad. Los movimientos pélvicos eran eléctricos y yo notaba cómo mi ano se contraía una y otra y otra y otra vez. Parecía no acabar nunca. Ahora puedo decir que jamás había sentido un orgasmo semejante. En ese momento no parecía algo efímero… el placer no quería abandonarme. Pero lo hizo. La mano ejecutora del doctor seguía agarrada por mí con sus dos dedos dentro, y cuando me relajé un poco yo misma se los retiré fijándome atentamente en todo lo que había eyaculado: sus dedos, pero también la palma de su mano, estaban cubiertos por una película viscosa y lechosa que yo misma le había proporcionado en el límite de mi inspiración.

-"Eres preciosa, Eva". Para halagos estaba yo ahora…

El doctor me invitó a depositar mis piernas en el suelo. Estaba tan congestionada que cualquier movimiento me dolía. Se fue a la pila y se lavó las manos con ganas. Hacía el gesto de olerse los dedos y lavarse, olerse y lavarse. Parecía querer eliminar cualquier rastro de lujuria, aunque ésta fuera olfativa. De vez en cuando giraba su cabeza para mirar cómo me estaba recuperando yo, sentada sobre una toalla manchada de esperma femenino.

-"No he acabado contigo aún. No te limpies el coñito, que me gusta así".

Ya me extrañaba a mí que Rocco Siffredi solo sirviera de inspiración.

En ese momento llamaron a la puerta de la consulta con dos golpes secos, e intentaron entrar sin éxito gracias a la pretérita precaución del doctor, que había cerrado con pestillo. Pegué un salto, me arregle la ropa y el pelo como pude y me senté en la silla frente al escritorio del doctor, con las piernas cruzadas y cara de niña buena, como una colegiala en el despacho del director. Él se acercó a la puerta y permitió el acceso del, para mí, desconocido. Se trataba de Jorge, su ayudante y relevo en la consulta. Me presentó y se pusieron a hablar de cosas de trabajo que no entendí ni me interesaban.

-"Bueno, yo me voy ya, que es tarde", comenté con voz titubeante.
-"Espera Eva, te dejas algo", replicó el doctor a mis intenciones.

Joder, el tío había dejado mis bragas y a Rocco sobre la mesita, junto a la silla protagonista de la tarde. Lógicamente, Jorge se percató inmediatamente de la situación. Qué coño hacían ahí unas braguitas y un pollón del 20. No podían ser del tipo de mantenimiento… O sí. Pero, por si hubiera alguna duda razonable:

-"Eva y yo hemos estado experimentando el nivel de excitación que aporta un buen masaje de pies. Una cosa ha llevado a la otra y he hecho que se corra".

Hijoputa… ahora sí que no supe qué decir.


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