De repente, un extraño (capítulo 3/3)

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“Diosss, qué boca tienes so guarra”.

“Plas, plas” sonaba su miembro golpeándome la cara y la frente. Y entonces Akim apartó a un lado a Santi, me levantó por las axilas como un saco de patatas y me llevó de la mano a través de un pasillo hacia una habitación indeterminada que resultó ser el lavabo. Durante el camino mis tetas bailaban al son de mi sprint, y su rabo se mostraba a un lado y a otro golpeando sus propias ingles. Entramos los dos y atizó la puerta con la intención de cerrarla quedando, no obstante, entreabierta. Se sentó en la tapa del inodoro y me atrajo hacia él, me subió la falda hasta arriba y con una mano apartó mi braguita para proceder a una penetración que yo misma tenía que controlar. Mis pies estaban ya a cada lado y, mientras él aguantaba la tela arrinconada yo agarraba su polla para metérmela, dejándome caer sobre ella lentamente. Grité esa incursión, pero seguí bajando más y más hasta que noté que hacía fondo en mis entrañas. Entonces me quedé ahí quieta, temblando, intentando asimilar ese objeto extraño dentro de mi ser. Y apareció Santi por la puerta.

“Voy a hacer que tu putita se corra varias veces”, largó Akim mientras respetaba mi cadencia física y psicológica.

Santi se quedó mirando fijamente el cuadro cubista que tenía frente a él. Por primera vez me pareció verlo excitado porque se llevó la mano a su paquete, pero sin ir más allá, de momento. Yo permanecía literalmente ensartada a un cebón vulgar e irreverente, y no lo puedo negar: disfrutando al máximo la clavada. Un momento que quise reanudar moviéndome, primero hacia los lados, obligando a mis paredes internas chocar con mi ocupante, y después arriba y abajo flexionando las piernas que descansaban en el suelo. A medida que mi coño se lubricaba más y más yo misma aceleré mis movimientos extrayendo de Akim varios gruñidos que mostraban una excitación en aumento. Entonces me agarró de la cintura con sus dos manos y cogió las riendas de la cabalgada. Yo solo pude descansar mis manos sobre sus hombros a la vez que disfrutaba viendo cómo me empalaba, cómo su rabo de toro salía cada vez más mojado y blanquecino de mi interior. Mi frenesí iba a desembocar muy pronto en un orgasmo que no quise hacer patente. Sin avisar, intentando evitar la satisfacción y orgullo de mi caballo, llegué a un orgasmo muy intenso que me hizo vibrar mientras yo misma me tapaba la boca con la mano. Pero fue inútil:

“Joooder... te estás corriendo, guarrita. Así me gusta”.

Caí exhausta sobre él. Notaba en mi entrepierna toda la humedad que yo había eyaculado. Me levantó decididamente por la cintura para desencajarme y salir de mi interior. Santi disfrutaba con interés aquello que aún él no había sido capaz de ofrecerme. Akim se puso en pie y me “invitó” a meterme de nuevo su tronco en la boca.

“Límpiala bien”, me encargó.

Me arrodillé sobre una toalla doblada frente a él y me introduje la tranca hasta el fondo de mi gaznate, permitiendo mantener esa dureza extrema que momentos antes me había invadido hasta el alma. Me agarró la cabeza con sus dos manos y me folló la boca como si fueran las caderas de una ramera. Llegó un momento que las arcadas eran reales, y estaba deseando que el tipo descargara ya. Pero Akim no había acabado conmigo. Me levantó, me colocó contra la pila del lavabo para poder agarrarme a ella, y me empaló de nuevo, con tal dureza y violencia que llegué a levantar mis pies del suelo en cada embestida, siendo el único punto de apoyo mis manos y mi propia vagina. Me dio duro de verdad. Notaba cómo a cada sacudida tocaba el límite en mis entrañas. Sus gruñidos de placer y los chasquidos de nuestros sexos empapados me llevaron de nuevo al paroxismo. De repente noté cómo me introdujo uno de sus dedos por el culo, habiéndolo lubricado primero con los líquidos que conseguía. Esa conquista furtiva de mi zona anal concluyó cuando grité de puro placer y él entendió que eyaculaba de nuevo. No se equivocaba y aceleró los vaivenes de la follada a la vez que me palmeaba sonoramente mi trasero. Empecé a temblar de forma convulsiva, mis pies se movían sin control, mis brazos temblaban sin apenas fuerzas para seguir sosteniéndome. Akim paró de golpe y se quedó quieto dentro de mí, notando mis contracciones, cada una de ellas acompañada de un agudo gemido que no pude evitar. Permaneció dentro de mí hasta que sintió cómo me relajaba poco a poco y, entonces, prosiguió lentamente, con mucha cadencia. Rápidamente se la sacó por completo de mi interior generando un “flop” muy sonoro. Sentí un gran alivio debido a la hipersensibilidad de mi zona genital.

“Date la vuelta Eva, me voy a correr en tu cara”. No me esperaba otra cosa, sinceramente.

Obedecí, me puse de cuclillas frente a él y me pidió que le pajeara para descargar sobre mí. Se la agarré con una mano mientras con la otra me sujetaba en equilibrio. Le masturbé con fruición y con mi lengua le lamía el glande hinchado, a punto de explotar.

“¡Uff, no pares, que ya me corro!”
“Dame tu leche”, le animé yo contra todo pronóstico.

Esa última frase fue el summum para él y, a la vez que soltaba el gruñido más grave y definitivo, comenzó a descargar sus chorros de esperma sobre mi jeta: uno, dos, tres, cuatro, hasta cinco borbotones de semen espeso y albino me cruzaron la cara desde el pelo hasta la barbilla durante los bombeos de mi mano, que no se rendía. Solo pude ver la primera de las salvas, ya que enseguida cerré los ojos y la boca para ofrecerme de recipiente. Todavía le salían las últimas gotas de semen cuando me metí el glande en la boca, pero él lo sacó para golpearme otra vez las mejillas y esparcir su leche por toda mi superficie facial, a modo de brocha.

“Hostia puta, cómo te he puesto”.
“Hostia puta Eva, cómo te ha puesto el tío”, replicó Santi.

Me negaba a ser la única que no viera el trabajo abstracto que Akim concibió sobre mi tez, así que me levanté para mirarme en el espejo:

“Hostia puta tío, cómo me has puesto”.

Fin


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