Desde lejos veía una figura caminando por la orilla de la playa, sola, con aire pensativo y gesto taciturno. Sujetaba las sandalias en la mano y llevaba puesto uno de esos vestidos muy cortos y veraniegos encima de la ropa de baño.
Se distinguía perfectamente cómo aquella grácil figura se iba alejando, pisando sobre la mojada arena, mientras las olas golpeaban sus tobillos.
Pensaba en las cosas que le ofrecía la vida. En lo mal que se ponen a veces, pero pensó en el sol que tenía delante, en cómo siempre se esconde y siempre vuelve a aparecer al día siguiente. Pensaba en sus hijos, en lo que habían crecido y en lo que los quería.
Sentía cómo la humedad del suelo penetraba a través de sus pies. Era una sensación placentera que hacía que se sintiera relajada y que le ayudaba a alejar esos grises pensamientos que a veces la asaltaban.
Casi ni se dio cuenta de que se fue alejando del pueblo y que se iban terminando las edificaciones. La playa se hacía cada vez más agreste. Se paró y miró hacia el interior, avistando un sendero que se perdía entre el follaje. Alejándose del mar se dirigió directamente hacia allí, caminando con pausa, una vez que se había calzado las sandalias.
Qué sensación más diferente pisar la seca hierba, pero igualmente agradable como caminar por el mar. Cuando anduvo algunos metros llegó hasta el final del camino, que moría en un claro.
Se sentó en medio de la hierba y se puso a pensar en que quería escribir una carta. Una carta dirigida hacia los que más quería. Volvió a pensar en sus hijos, en cómo habían crecido, lo rápido que le habían parecido los años de su niñez, en todas las sensaciones que le produjeron, desde su nacimiento hasta el mismo día de hoy.
Y pensando, casi sin darse cuenta, se quedó dormida, cansada por el paseo y agotada por las sensaciones que a veces la rodeaban.
Cuando abrió los ojos, yo estaba allí. Había salido tras ella, guiado por un impulso que no lograba entender pero que me empujó a llegar hasta ese lugar, aún sin saber si era el camino que ella había recorrido.
Recuerdo el gesto de sorpresa que sus facciones dibujaron, pero no dejé que pudiera decirme nada y cerré su boca con la mía, atrapando sus labios con fuerza, saboreándolos despacio, pero sin dejar un solo momento de besarlos, mientras peinaba sus cabellos con mis dedos.
Cuando noté un pequeño estremecimiento en su cuerpo, con mis dedos acaricié su cara delicada y suavemente, mientras miraba el brillo de sus ojos.
Ella estaba tan extrañada como yo de mi reacción, pero no de decía nada, así que volví a acercar mis labios a los suyos e introduje mi lengua dentro de su boca y busqué la suya hasta encontrarla y atraparla, jugueteando con ella y acariciándola con la mía...
Abandoné sus labios y comencé a besar su cuerpo de porcelana. Sabía dulce como el caramelo. Soltó un gemido al sentir la caricia de mi mano en el interior de sus muslos. Me deslicé entre ellos y volví a notar un suspiro cuando rocé levemente su clítoris.
Luego se lo toqué con toda mi mano, pero con suavidad, volviendo a juguetear con mis dedos, esta vez con su sexo, como si fueran unos labios.
Yo no dejaba de besarla y acariciarla mientras la escuchaba jadear, y la respiración se le aceleraba y entrecortaba, hasta que sentí que llegaba al orgasmo solamente con mis caricias.
Le quité las braguitas del bikini y me quedé contemplándola, extasiado, mientras ella respiraba con rapidez, como pensando qué es lo que yo iba a hacer.
En el momento que vi que estaba a punto de estallar, me lancé a comerme aquel coño suave y ardiente, de labios carnosos y que vibraba con cada lamida de mi lengua en su clítoris.
Me agarré a sus caderas e introduje mi lengua con fuerza y empecé a moverla, sin ninguna pausa, mientras ella lanzaba una especie de ronroneo continuo.
Estuve saboreándola hasta que me pidió que por favor parara, que ya no podía más. Entonces la volví a besar con mis labios, que sabían a ella. Fue un beso largo al que ella en un principio intentó resistirse pero que acabó devolviéndome con más pasión y fuerza aún de la que yo había puesto.
Sin dejar que pudiera recuperarse, me introduje dentro de ella, deslizándome entre su mojadísima vagina. Volví a notar el respingo que dio cuando sintió que mi había llegado hasta el fondo, acariciando su interior con mis movimientos.
Continué besándola y acariciándola mientras seguía empujando sin parar, al tiempo que la escuchaba jadear y la respiración se le aceleraba y entrecortaba.
Me clavaba las uñas en la espalda y me pellizcaba el culo. Cuando gritó como una loca y me vacié dentro de ella, me apretó muy fuerte agarrándome con las piernas. Así que me quedé encima de ella oliendo su perfume, mientras me acariciaba la espalda y me besaba.
De repente, se separó y, sin darme tiempo a reaccionar, escapó corriendo, alejándose rápidamente por entre la maleza, dirigiéndose en dirección contraria al mar y dejando olvidada la braguita del bikini en mi mano.
Tardé un buen rato en reaccionar. Mientras, ella redujo el paso cuando llegó a las primeras viviendas del pueblo. Cuando se percató de que debajo del corto vestido no llevaba la prenda del bikini, instintivamente se puso colorada, y le vino a la cabeza cómo la había olvidado, lo que hizo que se turbara aún más.
Esa solo fue la primera vez que la vi, pero pasó mucho tiempo hasta que volví a encontrarme con ella. Pero esa es ya otra historia.
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