Resultado de un deseo (capítulo 3/3)
Por EvaManiac
Enviado el 04/12/2014, clasificado en Adultos / eróticos
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Pasaron los días recogida en casa pensando en aquel cuarentón que me había iniciado en cosas que Berto no solo no sabía proporcionar, sino que ni siquiera era consciente de que existían. Aquellos 15 minutos en manos de Luis fueron realmente excitantes haciendo que la razón por la que nos conocimos ya no fuera una prioridad para mí. A la mierda el piercing. Ni siquiera Berto me preguntó más por él. Se tragó mi historia de que "mi clítoris no es apto para perforarlo". Hala, a tomar por culo.
Mi prioridad ahora era tirarme de verdad a Luis. Llevaba ya varios días pensando en ello. Y cuando eso ocurre, cuando no consigues soslayar determinados conceptos, lo mejor es enfrentarte a ellos. Me enteré a qué hora cerraba el centro y, una tarde concreta en la que mi novio no aparecería por casa hasta tarde, decidí esperar a Luis a la salida del centro. Cuando lo vi aparecer a lo lejos me entró un escalofrío repentino y mi cabeza me mandó un mensaje: "lárgate de aquí". Pero mi chocho me paralizó a la espera de un posible acontecimiento que le fuera favorable. Un coño con vida propia, vamos. Vaya tela...
"¿Eva?" Oí a varios metros de mí.
"Hola Luis".
"¿Qué haces aquí, guapa?
"Nada... Vine a verte. He estado pensando mucho en lo que pasó..."
"Pero Eva, yo soy un hombre casado... Y tú tienes... Bueno nada".
"Exacto".
Se hizo un silencio. La propia vergüenza dirigió mi mirada hacia el suelo, mientras intentaba adivinar de reojo a Luis que, asegurándose de no ser visto por nadie, me invito a llevarme en su coche.
"Ven, te llevaré a casa. No deberías haber venido, Eva. Yo también lo pasé bien. Genial, en realidad. También le he dado vueltas a ello. Pero joder, tengo familia y un trabajo estable".
Lo siento, tienes razón. Lo mejor será que me lleves a casa.
Arrancó el coche, le dije dónde vivía y comenzamos un trayecto completamente ahogado por el silencio.
¡Joder, Eva!, espetó Luis golpeando el volante en un gesto de impotencia absoluta.
Lo siento, tío, me disculpé.
Repentinamente dio un volantazo y condujo hacia el parking público que suelen usar los clientes del centro donde trabaja. El corazón me dio un vuelo, noté mi sexo calentarse a un ritmo poco usual, sentí cómo me estaba mojando precipitadamente... Luis encajó el coche entre dos más grandes, estiró del freno de mano violentamente, apagó el motor y las luces, y se me echó encima con un beso en la boca apasionadísimo, crispado, casi forzándome, mientras me aplastaba las tetas con su mano y yo le cogía el paquete sobre el pantalón. Nuestros labios siguieron fusionados un largo rato pero Luis ya había bajado la mano a mi entrepierna, bajo mi falda, para acariciarme sobre unas bragas que estaban totalmente empapadas, traspasando la tela y haciendo que sus dedos fueran testigos de mi fogosidad.
¡Dios Eva, ¿cómo te puedes excitar tanto?. Esa pregunta ya me la habían hecho muchas veces.
Abrí mis piernas colocando los pies sobre el salpicadero, a la vez que descubrí el slip de Luis desabrochando su pantalón. ¡Uf!, pude apreciar perfectamente su arma cargada para fusilarme. El ambiente estaba ya tan henchido que los cristales del coche se empañaron en medio minuto. Mis suspiros mostraban una necesidad imperiosa, y Luis volvió a su asiento, se bajo el pantalón, extrajo su pene por el agujero del calzoncillo y yo me lancé a por él. Al metérmelo en la boca desde mi propio asiento, Luis reaccionó de forma adversa:
No Eva, sube encima ya... no aguantaré mucho más. Estoy a tope, tía
Estaba de acuerdo. Pasé una de mis piernas por encima suyo para conseguir depositar mi trasero sobre su falo saturado, me aparté el tanga a un lado y, sin necesidad de más esfuerzos, simplemente gracias a la absoluta humedad de toda la zona, el pollón se abrió camino sin dificultad deslizándose por mis carnes hasta encontrar la cueva que debía conquistar. Personalmente creo que, ese momento inicial junto al orgasmo final, siempre han sido los mejores instantes de un polvo salvaje y furtivo. Ambos esgrimimos a la vez un fuerte gruñido de placer al notarnos poseídos por las carnes del otro. El calor del ambiente, la humedad relativa del pequeño espacio, el exceso de lujuria... emitían un fuerte olor a sexo por todo el coche, y los chasquidos de nuestros genitales solo quedaban ensordecidos por los gemidos del placer que nos estábamos propinando.
Ciertamente a Luis le quedaba muy poco ya. Noté cómo se endurecía dentro de mí, cómo se hinchaba poco a poco. Le seguía besando apasionadamente, saltando sobre él con más ímpetu, intentando sincronizar su ulterior descarga con la mía propia. Estábamos empapados en sudor y pronto lo estaríamos en el resto de fluidos corporales. Cuando me avisó de que estaba a punto me predispuse para coincidir con él, y entonces me preguntó:
¿Donde me corro?
Dentro de mí, tonto, le ordené entre suspiros.
Aquella ráfaga inicial de leche que días antes pasó desapercibida por planear sin rumbo hacia un lugar indeterminado de la sala, ahora chocó con toda su violencia contra las paredes de mi útero, haciendo que mi propio orgasmo se multiplicara debido a esa extraña sensación de descarga y llenado simultáneo. Un concepto contradictorio que, en el ámbito sexual, es un enigma universal.
Ambos permanecimos en la misma posición un buen rato, asumiendo las convulsiones de un final apoteósico. Descansé mi cuerpo sobre el suyo y me mantuve así, adivinando el pastel que habíamos generado sobre sus huevos. Mi flujo, mis mini-fuentes, su leche... una mucosidad homogénea cuyo rastro iba a llevarnos un buen rato disimular.
Fin
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