Esas locas universitarias

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Llevábamos ya algún tiempo dándole vueltas al asunto y fantaseando con la situación, qué ha-

ríamos si algún día decidiéramos hacerlo. Ese día llegó una noche en que las dos estábamos

tan puestas de Lambrusco que no pudimos resistirnos. Yanira fue ha coger un cacho de cuerda

sobrante de tender la ropa y fuimos al cuarto de Rugero. Cuando lo despertamos con unas

palmaditas cariñosas en la cara se asustó un poco al verse atado de pies y manos en la cama

de matrimonio en la que dormía. Empezó ha maldecir y preguntar que qué hacíamos. Yo le man-

dé callar, poniéndome un dedo en la boca mientras Yanira se desnudaba y yo la seguía. Rugero

se quedó un poco a cuadros cuando vio que nos íbamos ha dar el lote delante de él. A pesar

de que comprendió que íbamos borrachas a mas no poder, no pudo evitar empezar a decir "che

ho la ragazza, cazzo, ho la fidanzata"; así todo el rato mientras Yanira y yo nos quedábamos en

pelotas y comenzamos besarnos. Que conste que no soy lesbiana, pero os estoy hablando de

una época en la que todo valía: éramos universitarias, cualquier cosa se nos podía perdonar.

Los labios de Yanira se pegaron a los míos y no se despegaron en un buen rato. Comprobé que

en su piso de abajo había mucha humedad acumulada cuando mis dedos se abrieron paso pa-

ra tratar de hallar la gotera. Ella lamió y mordisqueó mis pezones cuando yo también me empe-

ce a inundar por dentro. Nuestros dedos acariciaban con ternura el cuerpo de la otra bajo la mira-

da de Rugero que, ha pesar de que su verga estaba tan tiesa como el obelisco de Washington

(hubiera tenido que ser gay para que eso no se le levantara), no paraba de seguir diciendo, “Oh,

mio dio, si prega di smettere". Al final tuve que ir a por un poco de cinta adhesiva para ponérsela

en la boca y evitar que nos cortara el rollo. Vaya tío mas plasta, ¿a cuantos de vosotros os hu-

biera gustado que dos universitarias como nosotras os ataran a la cama de pies y manos mien-

tras se lo hacían?... pues eso. Pero se veía que el chaval era un romántico empedernidísimo

o un idiota que quería ser fiel a su novia. Después de ponerle la cinta adhesiva en la boca,

Yanira y yo seguimos por donde lo habíamos dejado. Nos lamíamos los dedos de los pies mi-

entras nuestras almejas echaban chispas y los espasmos eran tan fuertes que podríamos haber-

nos partido la columna vertebral en ello. Creo que llegué ha correrme como unas tres veces (algo

inimaginable con un hombre) antes de ir ha reposar mi cabeza en su talla ciento veinte de pecho,

sudoroso y con sabor a canela, porque Yanira era venezolana. Nos susurramos cosas al oído

y jugueteamos cuando nos percatamos de que Rugero se había corrido en algún momento

indeterminado. Yanira se acercó hasta él y empezó ha beber del charco de semen que se le ha-

bía formado en su vientre; yo, en cambio, empecé ha lamerle los testículos a Rugero. Él jadeaba.

Yanira empezó ha chuparle la polla y nuestras lenguas volvieron ha encontrarse rodeando la es-

taca de Umberto. Subieron juntas hasta la cima y allí juguetearon como dos traviesas que hicie-

ron que la fuente de leche manase de nuevo. Yanira y yo nos reímos mientras el semen nos

salpicaba en la cara y nos lo lamíamos la una a la otra entre risas. Yanira salió de la habitaci-

ón y regresó con un bote de espuma de afeitar y una cuchilla. Rugero se asustó y yo me que-

dé pensando que es lo que se proponía Yanira hasta que vi que pretendía rasurar el bello púbi-

co de Rugero. El pobre chico empezó ha sacudirse con fuerza. Yanira se dispuso ha afeitarse-

la con el pulso firme de una borracha bañada en alcohol. Le advirtió a Rugero que si no se es-

taba quieto podría cortarle algo que mas tarde necesitase. Obedeció como un cachorro. No-

sotras nos íbamos pasando la cuchilla que, al paso de ésta, iba dejando todo rasurado mientras

la cosa aún seguía tiesa y goteando. Sin poder resistirme mas, me subí encima de él y me em-

palé yo sola. Poniéndose delante de nosotros, Yanira empezó ha lamer nuestros sexos mientras

me calzaba a Rugero para saber si era de mi número. Después de un rato, dejé que Yanira se

lo calzase también y yo, en cambio, empecé ha lamerle sus pechos sudorosos. Rugero, en vez

de aprovechar la situación y mirar como aquellas glándulas mamarias enormes se batían an-

te sus narices, cerraba los ojos, seguramente pensando que iría al infierno por serle infiel a

su novia. Cuando ella hubo terminado, no sé de que recóndito rincón de mi cabeza salió la idea

de, poniéndome en cuclillas sobre su pene flácido, cagarle un zurullo mientras Yanira se escan-

dalizó tanto que los ojos se le pusieron como platos al taparse la boca con una mano, lo que no

le impidió a ella el ponerse de pie en la cama y mearle en la cara la pobre chico que vomitó has-

ta su primera papilla mientras nosotras dos nos partíamos de risa entre mierda, orina, vomito y

semen.

Al día siguiente, sujetada con un imán de Segovia, nos encontramos una nota de él en la neve-

ra que decía, “Grazie per un´esperienza indimenticabile. Follia come puttane capre, ragazzas. Cer-

care un aiuto professionale”.

 


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