Tengo un perro lanudo, color gris.
Un schnauzzer de apenas ocho meses.
¡Qué batalla nos da cuando hace pis!
No lo puedo educar. Ni con sus heces.
Trae el corte especial para esas razas.
Pero grandes quedaron sus dos cejas,
que no le veo los ojos. Sus carnazas
muerde feliz, aunque no estén parejas.
Le damos sus croquetas mañaneras
y al jardín lo llevamos una hora.
¡Qué agradables resultan las primeras
muestras de afecto que tu amigo añora!
Si a la casa permites que se meta,
debes estar atento con lo que hace.
Precaución debe haber que comprometa
cualquier reacción, pues nada satisface.
Cuando viene a mi encuentro me saluda,
moviéndose feliz. Muerde mi mano.
Mala maña agarró para que acuda
cuando lo llamo yo. No es nada sano.
No es un perro normal, digo a mi esposa.
Y por eso le doy un buen consejo:
Hay que decir al perro cualquier cosa
que lo ha de convencer que es un conejo.
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