EL ENCANTADOR DE PÁJAROS (primera parte)

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El padre Marcos se acababa de aproximar a la barra cuando escuchó un grito profundo y rasposo:

-¡Pero miren a quién vengo a encontrar en este antro infernal!

Se dio la vuelta y lo vio: un gigantesco anciano cubierto con una túnica.

Por mucho que lo intentaba, a Marcos le costaba encontrar un momento a solas. No llevaba su sotana puesta, pero de todos modos su profesión lo obligaba a escuchar al prójimo. Se levantó y se acercó a estrecharle la mano al misterioso sujeto.

-Hola, soy Marcos. Discúlpeme pero no lo recuerdo -dijo casi de mala gana.

-Te conozco, Marcos. ¿Mi nombre? Tengo muchos nombres, tú sabes bien quién soy.

El enorme individuo le apretó la mano con tanta fuerza que Marcos tuvo la sensación de que, si lo deseaba, podría haberlo dejado sin falanges enteras.

Luego del saludo lo invitó a acompañarlo a su mesa que, por alguna extraña razón, estaba mucho más sucia que el resto. Se sentó y el sujeto se quedó mirándolo con una sonrisa amarillenta de dientes largos, enmarcada por una barba corroída por la mugre del tiempo. El eclesiástico no pudo soportar la perturbación que le provocaba aquel silencio y se apuró por iniciar una conversación:

-De acuerdo. y dígame... ¿se puede saber qué tan grande es su culpa que lo obliga a estar en este sitio hasta estas horas? Ya salió el sol.

-Eso no te importa, no estoy buscando los consejos de un sacerdote. Hablemos mejor de la razón por la que tú estás aquí, hagamos de cuenta de que no la sé; quiero escuchar tu versión.

Marcos se sorprendió ante aquellas expresiones, pero por algún motivo le contó su verdad:

-La razón es simple: ya no tengo fe en lo que hago. Hace años que quiero abandonar la lucha porque siento que ha perdido el sentido. No puedo seguir dando sermones sobre la igualdad de los hombres cuando veo tanta injusticia en el mundo.

El anciano comenzó a reír, luego la risa se transformó en carraspeo y el carraspeo en expectoración.

-¿Y quién dijo que la vida es justa? Además los hombres no son todos iguales, al menos no lo son en un sentido muy importante: existen religiosos y existen ateos. Esa es una de las pruebas más difíciles de refutar sobre la existencia de Dios.

-¿Se supone que eso probaría su existencia o su no existencia? -preguntó Marcos.

-Te contaré una historia...

 

 

Hace mucho tiempo, cuando el mundo era joven y yo ya era viejo, solo existían dos pueblos. Durante siglos perdieron el contacto entre sí, porque cada uno ocupaba una isla. Al principio se comunicaban navegando, pero sus costumbres impuras los hizo involucionar hasta que las embarcaciones que construían ya no servían para cruzar el profundo mar que los separaba.

Los oriundos de la isla del sur solían recibir en su costa restos de herramientas hechas por el hombre que, aunque eran igual de básicas que las que ellos fabricaban, no las reconocían como propias. Así supieron que no estaban solos en ese océano infinito. La curiosidad, poderoso motor, los hizo construir la más grande embarcación que habían hecho hasta el momento. Entonces se dirigieron al norte, en busca de sus hermanos perdidos.

El rey del sur decidió unirse a la travesía, ya que la misma sed de poder que lo convirtió en rey, lo hacía desear ser el primero en saludar y en establecer el comercio con el nuevo mundo.

Todos esperaban el encuentro de sus líderes y fue una gran sorpresa ver que rey del norte era un joven albino; por otro lado, el rey del sur tenía el cabello negro y la piel oscura, al igual que los demás habitantes de ambas islas.

El albino rey del norte notó el asombro del sureño:

-Entiendo la sorpresa de saludar a un hombre-dios, veo que no tienen elegidos en su isla y por eso debieron optar por una persona común y corriente para que los gobierne.

El oscuro rey del sur quedó estupefacto ante las creencias del residente del norte, y entonces le dijo la verdad de su desconcierto:

-Si se refiere a los albinos, sí, los tenemos. Sucede que nosotros creemos que están malditos, y por eso los quemamos apenas nacen.

 

 

Marcos se quedó estupefacto y, luego de un instante, se persignó. El anciano lo observó con una sarcástica sonrisa.

-Dijiste que perdiste tu fe, Marcos ¿Por qué te persignas? No te preocupes, hazlo tranquilo, te sorprendería saber cuántos sumos pontífices fueron ateos.

-Discúlpeme pero creo que usted no entiende. No sé qué tiene que ver esa historia con mi problema, ¡yo perdí el objetivo de mi vida!

-Ese sí es un problema -dijo el temible sujeto-, aunque el objetivo no es difícil de reencontrar.

-¿Y cuál es ese para usted?

-El objetivo de la vida es tener siempre un nuevo objetivo.

El anciano se quitó la capucha y el clérigo pudo observar su rostro; su lúgubre aspecto era el de alguien que bien podría tener mil años. Sus escasos cabellos eran tan amarillentos como su barba y sus ojos estaban por completo blancos.

Marcos se quedó inmóvil por unos segundos sin saber qué hacer, luego no pudo con su curiosidad y movió la mano frente al rostro del curioso individuo.

-¿Qué demonios estás haciendo? -lo sermoneó el anciano- Deja de comportarte como un estúpido y permíteme contarte otra historia...

 

  

SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE:

http://www.cortorelatos.com/relato/15418/el-encantador-de-pjaros-segunda-y-ultima-parte/


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