Ironía por duplicado (capítulo 2/4)

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Me acerqué a la barra y me coloqué al lado de Akim.

 

“Dos mojitos más”, por favor, le solté al camarero. “¿No vas a saludar, Akim?”

“Hola Eva. ¿Para qué voy a hacerlo si ya has tomado tú la iniciativa?”

“No sé, chico, ¿por educación?” respondí acalorada. “No estará por aquí Santi, ¿no?”

“No he venido con él hoy”.

“Ya lo veo. ¿Está muy cabreado?”

“Oye Eva, ¿qué quieres de mí? ¿Has venido a preguntarme por Santi, a reprocharme que no te salude o a que te ponga mirando a Cuenca otra vez?” Vomitó el muy cerdo en tono sarcástico. Su acompañante sonreía.

“Qué gracioso... acaso crees que eres el único tío en el planeta?”

“Claro que no. Pero seguro que te gustaría que lo fuera, ja ja ja”.

 

Su seguridad y talante narcisista me crispaban los nervios y, a la vez, me daban un morbo brutal. Esa humillación verbal hacía que mi cuerpo se recalentara por dentro y expandiera sus calorías hacia todas mis extremidades. La sensación era tan contradictoria que me quedé varios segundos repasándolo con la mirada de arriba a abajo, con los nuevos mojitos en ambas manos, pensando “me quiero follar otra vez a este asqueroso”.

 

Entonces, sin mediar más palabra, como si hubiera leído mi pensamiento, me agarró los mojitos, los recolocó en la barra y me cogió de una mano arrastrándome con él hacia la parte más recóndita del local, donde se encontraban los lavabos. Quise resistirme a esa violencia explícita, no estaba dispuesta a seguirle a donde él quisiera. Yo tiraba de mi mano hacia abajo para soltarme, pero él me tenía bien agarrada y, con un empujón, acabó obligándome a entrar en el lavabo destinado a los minusválidos. Era una habitación al margen de los lavabos tradicionales en forma de box. Incluía los complementos esenciales para la facilidad de las personas discapacitadas y, por lo tanto, se trataba de un lugar menos concurrido y también más íntimo. No recuerdo qué se me estaba pasando por la cabeza en aquellos segundos, pero sí atesoro sus palabras inmediatas.

 

“Quítate las bragas”, me impuso.

“¿Estás de broma? ¿De qué vas, tío?” Me estaba empezando a asustar un poco.

“¡Que te quites las bragas! ¡Y dámelas!”, insistió.

 

Obedecí a regañadientes. Me metí las manos bajo la minifalda, de la forma más discreta de la que fui capaz, y empecé a bajármelas mientras no le quitaba ojo a Akim.

 

“¡Rápido! Dámelas.”

 

Estiré la mano para ofrecérselas e, inmediatamente, se las puso en la cara para olerlas en un solo gesto olfativo largo y contundente.

 

“Joder qué bien te huele el coño, zorra. Sácame la polla y chúpamela”, me soltó mientras seguía disfrutando de mi aroma.

“Tío, ya tienes lo que querías, ahora déjame en paz”.

 

Empecé a preocuparme y, paralelamente, sus palabras obscenas y sus insultos me ponían a mil.

 

“No me obligues a repetírtelo Eva. Quiero que me hagas una mamada. Y rápido, que no podemos acaparar este servicio mucho rato”.

 

Me subordiné a sus peticiones. Él mantenía mis bragas en toda su cara, olfateando y mirando hacia el techo, mientras movía sus caderas transmitiendo mi obligación de abrirle la bragueta para sacarle la tranca que yo aún recordaba de tamaño considerable, brillante, color ocre y olor a moro. Le abrí el pantalón desde el primer botón hasta el último y, para conseguir bajárselo hasta las rodillas me agaché frente a él. Me remangué la falda por la cintura dejando mi vulva mojada a la vista, me acurruqué en cuclillas abriendo mis piernas casi al máximo y arranqué de su slip el miembro erecto. Salió de forma abrupta y me golpeó en la cara. Estaba ya muy dura, pero yo sabía muy bien que eso podía ponerse aún más férreo.

 

“Empieza a chupar Eva, que estoy muy cargado y quiero llenarte de leche”.

 

Caramba, no podía permitir que me manchara otra vez el pelo, la cara y la ropa con su  raudal de esperma espeso y blanquecino. Ya sabía lo que era eso, y ahora estábamos en un lugar público. Tendría que inventarme algo para no delatar mis prácticas furtivas a 10 metros de mis amigas. Le agarré como pude ese cilindro moreno y lleno de rugosidades y me lo llevé a la boca sin más contemplaciones. Noté cómo se endurecía más y más dentro de mi cavidad bucal mientras él ayudaba la incursión con pequeños movimientos atrás y adelante para follarme, primero lentamente, y después con más deleite. Yo no transigí en esa efusividad e iba pausando sus embestidas con mi propia mano, marcando un tope de profundidad dentro de mí.

 

“Joder, menuda boca, tía. No pares hasta que te avise”, me ordenó.

 

Mientras pajeaba ese cipote con mis labios y frotaba el émbolo con mi mano, notando su excitación y escuchando sus gruñidos, yo miraba hacia arriba esperando un gesto definitivo en su semblante, una mueca que revelara su siguiente paso. Y a la vez pensaba cómo iba a asumir sus borbotones sin que se formara un cuadro imposible de disimular frente a la concurrencia. Pero no tuve mucho tiempo para reflexiones.

 

“Me va a salir ya Eva”, susurró entre varios resoplos.

 

Pensé que lo único que podía hacer en ese momento era acelerar mis movimientos, permitir algo más de profundidad en mi garganta y dejar que descargara todo su engrudo dentro de mí. Noté repentinamente cómo una primera descarga salía de la verga hinchada y recorría mi gaznate hacia mi estómago. Sus gemidos eran los propios de un tío eyaculando al máximo de sus posibilidades. Cerré los ojos y permití que siguiera liberándose en mis entrañas bucales, pero la cantidad de crema era superior a mis tragaderas, y enseguida noté cómo se me iba llenando la boca con aquella leche espesa que no podía engullir. El efecto embudo desembocó irremediablemente en una arcada vomitiva que me apremió a apartar esa polla embutida a un lado y escupir en el suelo todo aquello que no pude asimilar. Aún tenía su miembro agarrado con mi mano y mi cabeza agachada me ayudaba a liberarme de la inmensa corrida.

 

“¡Mira que eres puta! Vaya forma de tragar, nena”.

“Vete a la mierda, capullo. Casi me ahogo”. Estaba muy cabreada.

“Me llevo tus bragas. Si las quieres ven a casa el miércoles a las siete y te daré tu regalo”. Espetó sosegadamente saliendo del lavabo, antes de que yo pudiera decirle nada más.

 

En ese momento solo me importaba recuperarme y acicalarme lo mejor posible para no levantar sospechas a nadie de lo que acababa de ocurrir. La única diferencia es que ahora no llevaba bragas, pero es algo que nadie acertaría a saber durante lo que restaba de noche. Me senté de nuevo frente a mis amigas y pude comprobar que Akim y su amigo habían desaparecido.

 

“¿Dónde has estado, Eva? El camarero nos trajo dos copas que dejaste en la barra abandonadas”.

“Lo siento, chicas, estaba en el lavabo hablando por teléfono”.

“¡Coño, qué llamada tan importante!, ja ja ja.”


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