El postre del día

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Me transfirieron a unas oficinas lejos de la ciudad. Me transportaba en autobuses suburbanos que se hacían casi una hora de trayecto. Como no conocía a los compañeros de trabajo, no conversaba con nadie en el trayecto. Con el pasar de los días los fui conociendo pero no todos estábamos en las mismas áreas por lo que primero conocí y traté a los de mi especialidad. Así pasaron varios meses, sin que nada extraordinario ocurriera. Y sin que yo conociera a alguien en especial que llamara mi atención.

Pero llegan los eventos donde todos los compañeros coincidimos. Y así extendemos nuestras redes sociales. Como yo tenía escasos meses de haberme separado, no tenía intereses personales con ninguna mujer. Hasta aquel día en que llegué tarde al trabajo por no tomar el autobús indicado. Ciertamente, no fui el único a quien se le hizo tarde. Una mujer diminuta, de ojos pequeños y risueños, cabello castaño y corto, de piel blanca, me alcanzó después de haber descendido del camión y dirigirme a las oficinas.

- Hola - Me dijo con cierta confianza

- Hola - Le respondí y agregué sólo por ser atento - ¡Qué problema con estos autobuses! ¿Verdad?

- Por supuesto - Respondió con una sonrisa picarona

Se había roto el hielo. Y conversamos en el trayecto a los respectivos edificios.

Por la tarde, a la hora de la salida, parecía que me estaba esperando. Porque yo sabía que ellos - Los de su área - salían una hora más temprano.

- Tengo un problema de informática y me preguntaba si podrías ayudarme - Fue lo primero que me dijo, como si ya existiera entre los dos la confianza de años de conocernos

- Desde luego que sí - Le respondí pensando que el problema lo resolvería enseguida y en ese lugar o en el trayecto

- ¿Podría ir a tu casa? - Me preguntó ante mi afirmación

- ¿A mi casa? - Pregunté sorprendido - ¿No eres casada? - dije tratando de poner las cosas en su sitio. Siempre es mejor establecer las condiciones antes de iniciar cualquier relación que pudiera complicarse. No era común que una mujer pidiera visitar tu casa cuando apenas y se conocen

- Sí - Respondió con cierta frialdad - Pero no importa.

Esa respuesta me dejó perplejo. Parecía que no tenía un matrimonio estable. Y que no le importaba mucho lo que su esposo pensara

- ¿Y tienes hijos? - Pregunté aún para sondear a fondo su propuesta

- Dos niños encantadores - Respondió con una sonrisa dibujada en su rostro - ¿Quieres verlos?

Y enseguida sacó de su bolso unas fotografías de los pequeños. En el transcurso de la conversación llegó el autobús y lo abordamos. Y yo esperaba que al llegar a la ciudad, se despediría y se marcharía a su casa. Pero no fue así. Me acompañó hasta la mía. Dijo que quería saber cómo llegar a mi casa para después volver con los apuntes que quería que le ayudara a resolver.

Por cortesía, la invité a comer en la fonda que queda cerca de mi apartamento. Fue algo sencillo, donde si acaso dan gelatina como postre. Y no hay todos los días. Por lo que camino a casa, hay una tienda de postres finos y decidí comprar un pay de queso con zarzamora.

Entramos a mi cuarto que, en realidad sólo es una recámara y un pequeño estudio. Ya que el baño queda afuera y es compartido. Nos quedamos mirando. Yo, esperando que me dijera cuál era el problema que había que resolver. Ella, mirándome a los ojos como esperando el momento para actuar. Se acercó más. Lanzó su brazos alrededor de mi cuello y me plantó un beso en los labios. Ante tal situación, hube de corresponderle. La besé y al abrazarnos caímos sobre la cama. Nos acariciamos. Y al sentir mis manos bajo su falda, me eroticé. Y sabía que no podríamos detenernos. Nos separamos, sólo para desnudarnos. Sus senos eran firmes y pequeños. Sus piernas algo torneadas y deliciosas. Nos lamimos los órganos. Y enardecidos nos entregamos al sexo. Se montó sobre mí con cadenciosos movimientos. Me monté sobre ella con furia y ritmo. Explotamos, no sé si al unísono, pero los dos lo hicimos. Entonces, tras la batalla, todavía desnudos y sudorosos, me levanté de la cama y fui por el pay que había comprado

- Toma tu postre - dije con una expresión sana de quien mira a una dama agotada y quiere que se recupere

Y ella lo interpretó a su manera. Por eso las siguientes ocasiones que vino a visitarme por sus clases de computación. Cada vez que terminábamos de de tener sexo alocado me decía:

- ¿Y mi postre? - con una sonrisa pícara en los labios


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