Don Agapito Muchaplata, se encontraba desayunando en su mansión de Lomas de Cagaduro. Su mayordomo le lleva el periódico y un portafolio de piel, muy fino, que su amo le había solicitado hace apenas un minuto. Mientras con la mano derecha sostiene el diario para enterarse de los encabezados principales, con la otra sostiene y bebe un delicioso jugo de naranjas importadas.
Antes de partir, su mujer acomoda a sus cuatro hijos en orden descendente a un lado suyo para que su refinado esposo, les deposite un cálido beso en la frente. Y con su querida esposa se da un beso de trompita y le alborota con suavidad su cabellera.
- Hasta la tarde, Pimpollo - Le dice cariñosamente a su mujer - Hasta la tarde pimpollitos
Se despide con la misma ternura de sus cuatro hijos. Dos varones y dos hembritas, como diría él.
Su chofer, perfectamente ataviado con su traje negro y sombrero, lo espera con la limosina que ya sacó del garaje, enfrente de la residencia de tres niveles y amplio jardín. Que se encuentra rodeada por una enorme barda de más de cuatro metros de altura.
Le abre la puerta y entra don Agapito con la ayuda del brazo de su chofer, pues no ha dejado por un segundo el portafolio de piel. En el trayecto, don Agapito Muchaplata abre el portafolio sólo para cerciorarse de que lleva los cinco millones de Pitolucos - La moneda común de ese país - en fajos de billetes de la misma denominación. Cuenta los fajos: uno, dos, tres... Y sonríe al darse cuenta de que está completo. Cierra el portafolio negro de piel muy fina. Y lo abraza con ambas extremidades como si se tratara de un bebé.
Don Agapito Muchaplata, se enteró hace unos días de que un recién llegado comerciante de frutas y verduras, se instaló en el mercado del centro. En el Mercado Muchaplata que es propiedad de don Agapito, con más de 500 locales y que por así decirlo, es quien controla los precios y las mercancías que se pueden vender en dicho mercado. Por lo que no puede permitir que un extraño llegue al lugar, sin brindarle una generosa bienvenida.
Cuando llegan por fin a dicho establecimiento, el chofer se apresura a abrir la puerta de la limosina y don Agapito Muchaplata, desciende con una sonrisa en el rostro que parece que va a recibir una estatuilla dorada por su mejor representación en las pantallas cinematográficas.
- Buenos días don Agapito - Dicen algunos de los comerciantes que lo ven pasar rumbo al changarro del fondo y que ha estado desocupado desde la última vez que don Agapito se presentó para despedir al empleado moroso que se negó a dar su contribución mensual.
Don Agapito no se molesta en responder de viva voz el saludo. Sólo levanta la mano izquierda levemente a manera de saludo. Porque con la otra, sujeta con firmeza el portafolio negro de piel.
Llega por fin al local donde Simplicio Buenacara, sigue acomodando la poca mercancía que ha llevado para empezar su negocio. Unos cajones de frutas por aquí. Otros de verduras por allá. Pero don Simplicio no se ve a simple vista. Don Agapito, carraspea un poco como para despejar su garganta y se presenta con una voz muy amable pero firme.
- Buenos días, ¿Se encuentra don Simplicio? - Llama por su nombre al interpelado, ya que don Agapito Muchaplata, se ha distinguido siempre por investigar muy bien a sus competidores y futuros empleados.
- Buenos días, don Agapito - Responde desde el fondo don Simplicio que viene limpiándose las manos en el delantal que cuelga sobre sus hombros para luego extender la diestra a don Agapito. Quien ignora semejante gesto. Primero, porque con esa mano sostiene su precioso y fino portafolio negro de piel repleto de billetes. Segundo, porque ha visto lo sucio que se encuentra el delantal de don Simplicio.
Después de presentarse debidamente y entrar en confianza don Agapito se dispone a realizar lo más importante desde su llegada al Mercado Muchaplata.
- Como usted sabrá, mi estimado don Simplicio - Empieza su presentación el millonario dueño del establecimiento - Yo soy el dueño de estos localitos donde usted ha decidido vender sus mercancías. Y tal vez ya se ha enterado también de cuáles son las reglas que se manejan en este mercadito...
- Sí, don Agapito, lo sé - Se apresuró a interrumpir don Simplicio. ¿Quién no lo sabe? Usted es una persona muy conocida por aquí.
- Entonces, no tendrá reparo en recibir este pequeño obsequio como prueba de nuestra incipiente y larga relación de negocios...
- Hmm Por supuesto que no habría ningún inconveniente don Agapito, pero... - Se detuvo unos segundos que a don Agapito le parecieron eternos
- Pero, ¿Qué? - Insistió don Agapito Muchaplata, intrigado por la pausa de su interlocutor.
- ¿No se ha enterado de que hoy es el Día Internacional contra la Corrupción?
Don Agapito Muchaplata escuchó el comentario de quien le arruinara su primera transacción del día. Pero captó el mensaje. Un mensaje que hubiera llegado con anticipación, si en lugar de ver únicamente los encabezados de los periódicos, se diera tiempo para leer las noticias completas.
- ¿Entonces? - Preguntó don Agapito, tratando de encontrar alguna solución a su frustrado negocio
- ¿Qué le parece si dejamos todo para mañana? - Sugirió don Simplicio
- ¡Estupenda idea! - Respondió don Agapito a manera de despedida, mientras giraba sobre sus talones de esos zapatos finos de charol color negro brillante.
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