Estaba asustada y, si hubiese ocurrido tiempo antes, habría actuado como sus amigas. Habría intentado huir. En el fondo, deseaba hacerlo, huir y salvar su vida.
Pero no podía. No. Debía proteger a su hijo, no podía abandonarlo allí, a merced de los asesinos que se aproximaban. No podía verlos aún, pero podía oírlos. Estaban cada vez más cerca. Vociferaban.
Temblando, se estrechó más a su hijo. No iba a abandonarlo allí, a merced de ellos. Aunque estaba aterrorizada, tenía una sencilla pero potente determinación: permanecer con su hijo hasta el final, hasta la muerte.
Ahora estaban al otro lado de la puerta. No paraban de hablar entre sí, con sus roncas voces de inflexiones agresivas que solamente le transmitían pavor. Venían a por su hijo, no a por ella, estaba segura. Se estrechó más a él. Defendería cara su vida.
La puerta se abrió.
Levantó la cabeza y los vio. Eran dos, uno corpulento y barbudo, el otro mucho más delgado y de corta estatura. Olían a sudor. Después de abrir la puerta, habían dejado de hablar: para ellos, era hora de matar. Mudos, avanzaron en línea recta hacia ella, con un paso fuerte, firme.
Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, se abalanzó hacia ellos, para defender a su hijo a toda costa, pero fue un ataque fútil: el hombre corpulento y barbudo la atrapó con sus gruesos y velludos brazos. Intentó liberarse, pero no podía. El hombre barbudo era mucho más fuerte que ella.
No tenía escapatoria. Furibunda y asustada, vio como el más bajito se acercaba a su hijo.
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-¡Espera, papá!
Su padre no lo oyó. Retorció el cuello de su víctima, cuyos huesos cedieron con facilidad. Sonó como una rama seca al partirse.
-Ale, ya está dijo el padre-. A otra cosa, mariposa.
-¡No! gritó el hijo con voz aguda.
El padre se dio la vuelta y contempló a su hijo con el ceño fruncido.
-¿Qué pasa?
-Mira.
Siguió con la vista hacia donde apuntaba su hijo con el dedo. Ahora lo vio, y se arrepintió de haberla matado. Su hijo se agachó y lo cogió. Sostuvo el huevo en alto. Lo contemplaron largo rato.
-Por fin había puesto uno. Pero bueno se encogió de hombros-. Lo hecho, hecho está.
Juntos, abandonaron el gallinero.
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