Una mañana de sexo

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Todo empezó como suele empezar, en la calle. Unas cuantas miradas, unos besos, unas caricias, y ya no se puede parar.

Entramos a su casa, en la misma puerta la paré, no podía separarme de ella. La cogí de espaldas a mi por la cintura, acercando mi cabeza a su oreja, oliendo su pelo mientras me acercaba dándole besos por el cuello cada vez más despacio.

Una vez dentro se giró hacia mí y nos besamos, no hacía falta nada más, la agarré por el culo, la apreté contra mí dejándola sin respiración y la miré a los ojos. Ella se dejaba dominar cuando estaba conmigo, y a mi me gustaba.

Sus manos no paraban de moverse, me acariciaba el pelo cuando me besaba, bajando la mano hacia el pecho. Me desabrochó los primeros botones de la camisa, metiendo la mano por dentro y gimiendo suavemente.

Entonces la lancé contra la pared y me tiré contra ella, allí nos besamos cada vez más fuerte.

Le quité la camiseta mientras ella me desabrochaba los pantalones.

La llevé al cuarto de espaldas mientras le besaba el cuello y la apretaba contra mi, y allí la tiré a la cama, me quité los zapatos y me subí entre sus piernas.

Ella quería levantarse y yo la empujé contra la cama, besando despacio desde su barriga hasta su cuello, donde mordí con fuerza mientras se quejaba levemente.

Le quité el sujetador y me apreté contra ella para que sintiese el tacto de las pieles denudas,

En la penumbra no podía distinguir los detalles de su cuerpo, pero sí su silueta, lo que me hizo desearla aún más.

Ella me agarraba fuerte contra sí misma, por lo que la cogí de las muñecas para que no pudiera moverse y mordí hasta el último trozo de su cuerpo, parando en sus pechos.

Terminé de quitarle la ropa, no dejaba que ella me tocase, mandaba yo, y tenía que hacerlo notar, por lo que le até las manos con la corbata.

Seguí bajando con besos hasta llegar a su cintura, donde fue besando despacio hasta bajar a sus muslos.

Ella me pedía que siguiese, pero aún no era el momento. Subí y me desnudé al completo, poniéndome entre sus piernas de nuevo mientras bajaba una mano y la tocaba, estaba húmeda.

Cada vez tocaba más fuerte mientras gemía y me pedía que se lo hiciese, entonces abrí más sus piernas y la metí de golpe mientras le mordía el lóbulo de la oreja muy fuerte.

Ella la sentía dentro, hasta el último centímetro. Yo la sacaba muy despacio mientras nos besábamos y la volvía a meter fuerte.

En ese momento desaté sus manos, la agarré de los hombros y se lo hice como nunca lo había hecho.

Ella me pegaba en la espalda para que no parase, para que lo hiciese más rápido, y yo lo hacía.

Entonces bajé la mano y la toqué fuerte mientras se lo hacía y gritaba, ella me clavaba las uñas y me pegaba cada vez más fuerte.

Cuando ya no pudo más me pidió terminar los dos a la vez. Yo la apreté, la miré a los ojos, le di con toda mi fuerza mientras gritaba hasta que los dos terminamos a la vez, apretando nuestros cuerpos.

Al terminar los dos estábamos empapados. Solo era el primero de muchos otros polvos que vendrían esa mañana.


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