Cerrando el círculo (capítulo 1/6)

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La tercera y última vez que tuve contacto con Akim fue, paradójicamente, para satisfacer las carencias de una de mis mejores amigas. Mónica y yo nos veíamos muy a menudo, solíamos salir por la ciudad como dos noctámbulas de vuelta de todo. Las dos juntas deambulando por los garitos de ocio más de moda atraíamos la atención de todos los tíos. Era divertido porque siempre conseguíamos levantar pasiones y, sabiendo mi aversión al sexo con niñatos de discoteca y, comprendiendo que mi amiga tenía novio desde hacía más de 3 años, en realidad nunca íbamos de caza, sino de cachondeo. Lo de Mónica era una especie de prisión relacionada con la ortodoxia derivada de la vida en pareja ya que, continuamente me hacía partícipe de su frustración sexual. No sabía explicármelo muy bien. Tal vez era la rutina, o quizás es que el chico no le daba a ella lo que necesitaba. Lo ignoro. Yo procuraba no meterme en temas ajenos y soslayaba los reproches que el alcohol le empujaba a confesar prácticamente en cada cita.

 

Mis escasas y esporádicas relaciones con los tíos, aunque de vez en cuando eran intensas, no solía explicárselas a Mónica, básicamente por carecer de trascendencia o de interés narrativo. O por no hacerle sentir una especie de envidia que, por otro lado, sería infundada. Ella ya sabía de mi reciente ruptura con Santi, pero no era consciente de la razón. No le hablé nunca de aquel moro llamado Akim. Ese ogro apestoso me ponía tan cachonda que me daba vergüenza confesarle a nadie mis recientes experiencias con él. En parte me sentía mal por ello. Me daba la sensación de estar ocultándole cosas mientras ella siempre lo confesaba todo. Pero es que, joder, con ese tipo casi había reinventado el Kamasutra del porno y, encima, no había conseguido saciar el apetito animal que, irremediablemente, me seguía transmitiendo. El día que lo conocí, gracias a Santi, al moreno ya le pajeé, se la mamé, me folló viva y me hizo un estropicio seminal para enmarcarme la cara (léase mi experiencia “De repente, un extraño”). Y la segunda vez que nos citamos, esta vez por iniciativa mía, el tío estaba acompañado de un amigo y me dieron por todos los sagrados agujeros de mi concupiscente anatomía (léase mi experiencia “Ironía por duplicado”). En fin, no era algo de lo que me enorgulleciera y, tal vez por eso, preferí mantener a Mónica al margen. El problema es que, aún hoy, pensar en ese cerdo me pone muy caliente.

 

Y entonces, una tarde, en casa, dándole vueltas a mis apetencias, se me ocurrió el juego más lascivo que jamás había planeado para alguien. Teniendo en cuenta las múltiples quejas con las que me taladraba Mónica constantemente acerca de su asexualidad conyugal, se me ocurrió una perversidad que estaba convencida que me agradecería toda su vida: le presentaría a Akim y nos lo follaríamos las dos como jamás habían soñado ninguno de ellos. Pensar tan solo en este descabellado plan me ponía a mil. Mónica no era consciente de la existencia de Akim, ni de su capacidad anatómica, tampoco de su aspecto ni olor, de su color bronce ni del extenso fluir de su éxtasis. La ignorancia era perfecta. Ahora me estaba alegrando de no haberle dicho nunca nada. Le regalaría el polvo de su vida usando al ser más puerco, machista y nauseabundo que he tenido el placer de disfrutar entre mis labios, los de arriba y los de abajo. Sí, una dicotomía, lo reconozco.

 

El plan tenía, a bote pronto, dos inconvenientes. Por un lado me dolía el ego: con qué excusa volvería a contactar con ese guarro sin hacer evidente mi deseo por su presencia dentro de mí y, por lo tanto, mostrando de nuevo una sumisión sin reservas. No es que no me pusiera a tope el concepto en sí, pero en esta ocasión la protagonista tenía que ser Mónica, aunque él no lo supiera hasta verla llegar conmigo. Y esto me llevaba a la segunda incógnita: qué sorpresa podría encontrarme en ese apartamento el día de la cita. Por todos es sabido que Akim siempre ofrecía algún desconcierto pecaminoso que, no por morboso era menos resbaladizo. Eran dos enigmas que debía resolver rápidamente. Me estuve calentando los cascos varios días. Y varias noches. Darle vueltas a todo esto hacía que anduviera todo el día mojada, excitada, ardorosa, frenética...

 

No sé si realmente escogí la mejor excusa para llamar a Akim. Creo que la calentura de mis vísceras y el apremio por sofocarlas a costa de mi amiga me delataron con demasiada evidencia. Lo cierto es que me decidí a llamarle con el pretexto de que “quería recuperar las bragas que Tono me robó” hacía ya casi un mes. Hice uso de esa coartada porque él mismo la utilizó para citarnos la anterior vez. Y en esta tercera ocasión mis bragas podrían ser la ironía perfecta para marcar mi territorio e imponer mi decisión irrevocable de rescatar lo que era mío. Qué jilipollez. Pero funcionó:

 

“"Yo no tengo tus bragas Eva",” me aseguró al otro lado del teléfono. “"Se las quedó Tono y, con casi total seguridad las usará a diario para hacerse pajas, ja ja ja"”.

“"Pues ya le puedes ir llamando para que te las devuelva. Esas braguitas son de La Perla, y me costaron más de 200 Euros"€”. Era cierto lo que le contaba.

“"Pues no sé, tía, hablaré con él. Ven por aquí el viernes próximo, a las siete, y ya las tendré”".

“Gracias, hasta el viernes”.


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