Cerrando el círculo (capítulo 4/6)

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¡Joder! Ese era el primer piropo que le había oído a este cabrón. Y me sentó de maravilla. Le sonreí y él me respondió con su mirada lasciva y un paquete abultado bajo los botones de su vaquero. Me estiró sobre la cama y comenzó a acariciarme como no era normal en él. Subió mi falda para hacerla descansar sobre mi barriga y se agachó entre mis piernas para separarme las rodillas y olerme brúscamente la calentura remojada de mis braguitas de encaje. Noté cómo usaba la lengua sobre la tela de seda y empecé a sentirme realmente poseída por un desenfreno imposible de controlar. Ya no pensaba en Mónica. Ahora me daba realmente igual si estaba siendo sodomizada o estaba tomando un te con pastas acompañada del ejecutivo neopijo ese con pinta de metrosexual. Es decir, literalmente, me sudaba el coño. Y Akim me lo estaba lamiendo por encima de mi ropa íntima. No iba a permitir interrupción alguna. Me encantaba cómo jugaba con sus dientes sobre mis bultos y mis rugosidades. Los aplicaba suavemente sobre mis labios y el clítoris abarcando, también, la tela que los cubría. Entre su saliva y mi propio flujo rápidamente pudo apreciarse un medallón de humedad en la tela, que Akim se esmeró en apartar a un lado para acceder a mi rajita salvaje y ansiosa de forma directa.

 

“Hostia cómo hueles, niña. Este coñito me vuelve loco”.

 

Le respondí de la única forma que pude en ese momento: le regalé un gemido más agudo de lo habitual, y levanté mis dos piernas del suelo para abrir mi gruta frente a sus fosas nasales. Él agradeció ambos detalles chocando su nariz contra mi botón inflamado mientras introducía la totalidad de su lengua en mi vagina supurosa. Le agarré literalmente por las orejas y lo atraje hacia mi entrepierna para marcar el ritmo que su lengua debía ejercer dentro de mí. A él no parecía importarle encontrarse dominado por mi lujuria, es decir, un rol diametralmente opuesto al que había mostrado hasta la fecha. Mi propio cansancio me obligó a agarrarme las piernas por detrás de las rodillas y así, además, conseguía mayor tirantez en mis zonas erógenas. Akim comprendió el mensaje subliminal e introdujo lentamente uno de sus dedos dentro de mi coño tensionado, obligándome a soltar un suspiro ronco de placer que inundó todo mi ser. Ese dedo parecía ahora un proyectil de largo alcance. Podía sentir cómo me perforaba hasta bien adentro y, a la vez, oía perfectamente los chasquidos de la humedad que lo acompañaba. Cuando comenzó a acelerar esa paja le advertí, entre sollozos, que me iba a correr enseguida. Y entonces no se le ocurrió otra cosa que colocar dos dedos en uve para ensartar el otro por el agujero más negro de mi anatomía. Cuando los hubo colocado ambos hasta el fondo le agarré del pelo y comencé a descargar mi eyaculación mientras mi grupa saltaba al ritmo de mis contracciones.

 

“Dios Eva, te pareces a mí corriéndote”. Debió referirse a mi fluido lechoso pero, sin duda, era una exageración que me quiso regalar a los oídos.

 

Me incorporé para sentarme, medio mareada aún, mientras Akim se limpiaba la mano con una toalla y acercaba su boca a la mía para besarme superficialmente en los labios. El olor a chocho que emitía su boca era abrumador. Entonces me advirtió:

 

“Shh, ¿oyes? Creo que Mónica está recibiendo lo suyo también”. Me mantuve en absoluto silencio para intentar percibir algún sonido. Es verdad que pude adivinar algún suspiro, pero nada determinante. “Vamos a ver cómo les va”, comentó Akim.

 

Me arreglé un poco el vestido y el pelo y salimos al encuentro de esos dos.

 

Al llegar a la sala pudimos otear de refilón a Kike totalmente trajeado manoseando la entrepierna de Mónica que, estirada en el sofá, con el vestido subido a la altura de los muslos, se incorporó repentinamente para preguntarnos qué estuvimos haciendo durante tanto rato. Sin mediar palabra me acerqué a ella y la volví a estirar como estaba, la besé en la boca de la misma forma que me había besado Akim hacía un momento, e insinué a Kike que continuara con su “trabajo”. Él me lo agradeció con una sonrisa y metió su mano dentro de las bragas de Mónica. Miento. Eran mis bragas. Ella volvió a relajarse y a suspirar de placer mientras su pareja parecía juguetear con su chochito. Desabroché los tirantes de su vestido y se lo extraje por la cabeza dejándola prácticamente desnuda. Le arrebaté el sujetador y Kike la sentó bien para abrir sus piernas y tener acceso a su conejito rosado, recién depilado, bajo la tela. La cara congestionada de Mónica era un poema. Jamás la había visto de esa guisa. Estaba preciosa. Kike le extrajo las bragas y comenzó a pajearla con dos de sus dedos en gancho. El contraste del tipo trajeado, de rodillas, frente a la nena portando solo unas medias, y siendo poseída digitalmente con fruición, me excitó soberanamente.


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