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Les separaban cientos de Kilómetros y no parecían tener nada en común excepto Álvaro, quien les presentó. Había sido una noche que no sabía cómo describir…excitante ¿quizá? En el camino de vuelta a casa no había dejado de pensar en Juan. Alto, moreno, ojos verdes, cuerpo de infarto y esa mirada profunda que parecía leer hasta sus pensamientos más ocultos. Lucía no conseguía entender cómo ella -pasiva, por decirlo de alguna manera, en temas sexuales- no había dejado de imaginarse con él en todo tipo de situaciones -probablemente nada aceptables para su madre- durante la cena.

No volvería a su casa hasta el lunes, y hasta entonces, deseaba que se uniera a ellos fuera cual fuera el plan. Se desvistió y se metió entre las sábanas. Imposible. No podía. Pasaban los minutos y era incapaz de dormir, sabía que era una tontería, que solo ella lo sabría, pero soñar con él no le parecía nada adulto. No paraba de dar vueltas, imaginaba como sería tenerle cerca y poder disfrutar su olor, besar esos labios carnosos y notarlos recorriendo todo su cuerpo. Y al final, entre esos pensamientos, se sumió en un profundo sueño…

- Ven conmigo, quiero sentirte cerca. – La mirada de Juan lo decía todo.

Lucía no podía creerlo, estaban en casa de Álvaro y no podrían desaparecer como hacía en las fiestas del instituto cuando se enrollaba con un chico, ya eran adultos para eso… ¿no? Sin dar opción a una negativa, la llevó a una de las habitaciones del piso de arriba, lejos de la fiesta, alejados de cualquier interrupción incómoda. Juan cerró la puerta detrás de ella y echó el seguro. El sonido que produjo la llave al girar hizo que un escalofrío la recorriera todo el cuerpo. Sin oír cómo se acercaba despacio tras ella, notó como sus manos la cogían de la cintura y la ponía frente a él, suficientemente cerca para notar su respiración y observar las pequeñas fisuras de sus labios, esos labios que quería morder, lamer, saborear y disfrutar sin pensar en nada más.

La estrechó fuerte contra él y la puso sobre la cama; junto a ella, mirándola, podía admirar sus curvas, su pecho y como su piel de gallina le hacían excitarse aún más. Era preciosa, su piel, sus ojos, su mirada tímida que estaba convencido escondía mucha pasión aún sin descubrir ni siquiera por ella misma. Se acercó despacio, rozó sus labios y no se habría imaginado ni en sus mejores sueños lo que provocó. Lucía se sentó y le empujó sobre la cama, fuerte, decidida y sin vacilar, se colocó encima suyo. Era mucho más de lo que Juan hubiera esperado, moviéndose sobre él podía sentir como sus mulos le apretaban cada vez más fuerte y sus pezones se endurecían bajo su suave camisa que permitía intuir mucho más.

Lucía no pensaba, actuaba y hacía lo que pedía su cuerpo. Comenzó a desabrocharle el cinturón mientras veía en su mirada el deseo por ella, por hacerla suya. Despacio introdujo su mano bajo su ropa interior y no pudo reprimir un leve gemido al acariciar lo que ella misma había provocado…

Un ruido lejano la despertó, era la alarma del móvil que había olvidado desconectar. Cuando la apagó vio que un sobre parpadeaba en la pantalla, era un mensaje de un número desconocido, lo abrió y leyó.

“Ha sido un placer conocerte. ¿Vendrás a la cena de mañana?

Lucía abrió los ojos sorprendida, no podía creerlo. ¿Cuándo lo había mandado? ¿Lo habría escrito anoche al llegar a casa? De repente se dio cuenta, la humedad entre sus piernas no daba lugar a duda. Había sido tan real que de verdad parecía haberlo vivido. Notó como el rubor comenzaba a invadir su cara. Excitarse así con un sueño, actuar de aquella manera tan poco común -por no decir nada común- en ella, la hicieron pensar que la cena de esta noche podría serle muy violenta volviendo a tenerle cerca.

Fue un día eterno, intentó mantenerse ocupada, sin pensar, pero horas antes de la cena se vio frente a su cama con toda la lencería que había encontrado, sobre ella. Se sintió estúpida, Juan no la vería, pero probablemente ella sí se sentiría más segura sabiendo que la llevaba bajo la ropa. Al fin sonó el timbre, eran ellos. Bajó a la calle y subió al coche. Juan estaba aún más guapo de lo que podía recordar y quizá era el efecto de su sueño…pero la miraba de una manera distinta, más cercana, más íntima.

Sentados en la mesa del restaurante con todos los demás, sentía como de nuevo el rubor la invadía. Intentó esconderse tras la carta, pero leyendo el menú no veía comida. Sin saber cómo, todo hacía referencia a él, imaginaba comiendo cada uno de esos deliciosos platos a su lado, solos los dos, devorándolos como después se devorarían ellos y de repente lo sintió, ese escalofrío de su sueño, esa caricia bajo sus pantalones, esa mirada de pasión. ¿Cómo podría disimular durante la cena todas esas sensaciones?

No pudo. Por suerte eran bastantes y en ningún momento hubo silencio ni nadie hizo alusión a su rubor, igual solo eran imaginaciones suyas.

Tras la cena, sentados uno junto al otro con una copa en la mano, Juan comenzó a preguntarle acerca de su vida y esas preguntas banales tan típicas en el juego de la seducción. Lucía notaba como de nuevo la humedad de la mañana volvía, como su cuerpo reaccionaba a su lado, como sus pezones pretendían darse a conocer cuando de repente, un sonido les interrumpió. Era el móvil de Juan, se levantó y salió a hablar a la calle.

A su vuelta Lucía no había conseguido calmarse, todo lo contrario.

- Es del trabajo, tengo que marcharme, no puedo esperar a mañana.

No eran imaginaciones suyas, su tono de voz y su expresión lo decían todo.

- No te preocupes, ¿quieres que salga contigo a por el taxi? – Lucía no se lo podía creer, su sueño seguiría siendo solo eso, un sueño.

Ya en la calle, como por arte de magia, un montón de luces verdes inundaban la noche. Juan paró una y antes de subirse se dio la vuelta, pasó una mano por la cintura y la atrajo hacía él: “volveré pronto preciosa”, subió al taxi y Lucía vio como se alejaba.

Al llegar a casa sabía que un nuevo mundo se presentaba frente a ella…no podía terminar así, esperaría lo necesario, pero convertiría su fantasía en realidad.


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