Medio Metro

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Era tarde, a pesar de levantarse más temprano el tiempo no le rendía ese día, podía decirse que bajó las escaleras de su casa a saltos, por la acera iba corriendo como una gacela rabiosa y miedosa en busca de la estación del metro. Odiaba el tren subterráneo, le parecía una máquina apocalíptica que tragaba y vomitaba gente o mejor aún, como un purgatorio ya que todos iban carilargas y tristes, como conscientes del destino que les esperaba, también recordó las películas de campos de exterminio de los nazis de la segunda guerra mundial por la aglomeración de gente con la que tropezaba a diario, todos parecían perdidos. Según él, eran verdaderos rebaños de ganado y como tal, nadie se molestaba en voltear o pedir disculpas al trompicar con otro, iban como robot incluso él, por eso se decía a sí mismo que la tecnología había acabado con la sociedad y que el metro de su ciudad nunca pasaría de cincuenta centímetros en lo referente a calidad de vida. Nunca.

Por momentos daba breves carreras dentro de la estación, zigzagueaba todo tipo de obstáculos de gente o máquinas expendedoras de cualquier bagatela como boletos, chicles, condones, caramelos etc. Nadie le prestaba el menor interés a nadie y eso le dolía internamente además, los avisos luminosos en las paredes con caras sonrientes se reían de él por su aflicción, porque si esa mañana llegaba tarde sería despedido de su trabajo por la propia María que era su jefa de personal y que él odiaba. A decir verdad los dos se odiaban, eran opuestos, ella tan segura, tan dada, él tan inestable y tan paranoico y sin embargo ya dentro del vagón del metro alguien le llama.

-¡Augusto !

Este voltea sobresaltado mientras pensaba: “ ¡Rayos¡ no puede ser, esa mujer es el demonio ¡ justo en este momento...” María insiste.

-Augusto, mi amor.

Acto seguido le da un beso apasionado en la boca, él se contorsiona como una serpiente tratando de zafarse pero ella lo acosa, lo persigue, lo manosea en pleno vagón y disimuladamente trata de alcanzar sus partes íntimas porque a su vez nadie le prestaba atención, algunos miraban como si se trataba de extraterrestres o como si no veían nada.

-¡Uy! Que grande es lo que tienes aquí... ¡Debe medir mas de medio metro...!

Él quería hablar pero no podía ni se atrevía, en su subconsciente su esposa le recriminaba su cobardía mientras María continuaba, casi lo asfixiaba con su aliento al tiempo que trata de quitarle la ropa delante de todos. Ahora Augusto estaba desesperado el tiempo se detuvo y supo que era mas tarde que nunca, necesitaba hacer algo en tanto sudaba tratando de evitar la erección y así como el tren se detuvo en una estación y escuchar que se abrían las puertas salió disparado para estrellarse contra la pared del túnel, despertando en el acto.

Había tenido una pesadilla. Súbitamente miró el reloj para comprobar que tenía veinte minutos de retraso, se levantó como un tigre asustado trastabillando con todo a su paso, su mujer le insultó en un arrebato, se vistió como pudo y salió a la calle sin lavarse, sin afeitarse ni peinarse. Pensó hacer todo eso en el baño de la oficina se medio acomodó los cabellos con las manos, luego recordó el sueño. “Tomaré un taxi, el metro es de mala suerte, un asunto cabalístico me dice que debo tomar el taxi...” Por el camino no dejaba de pensar en el sueño y una idea excitante le estremecía pero a pesar de su picardía el destino fue certero, el auto se movió como un pez en el agua y cuando llegó a la oficina sobre su escritorio había una carta de despido firmada por María, donde argumentaba su incompetencia. Augusto se sintió blanco de la mofa de sus compañeros; levantó la mirada hasta el reloj de la pared, luego volvió a bajarla hasta su escritorio buscando más información o por lo menos una explicación exigua; de pronto volvió en sí y entre los lápices observó un preservativo en su envoltorio. No sabía porque estaba allí pero comprendió que era tarde para tomar alguna medida ya que al no corresponderle a su jefa se dio cuenta del acoso sexual del cual fue víctima.


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