Cobro revertido

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Habían pasado dos meses y Lucía aún no sabía nada de Juan. Álvaro le dijo que estaba fuera del país y apenas había sabido de él. No podía dejar de pensar en su último encuentro. Cada noche soñaba -aunque no sabía si dormida o despierta- con volver a sentirle sobre ella, entre sus piernas, saboreando y descubriendo cada recoveco de su cuerpo, preparado minuciosamente solo para él. Tras la cena en la que le conoció y tuvo que marcharse antes de lo esperado, la segunda y última vez habían conseguido compartir una noche de placer y conexión que les sorprendió a ambos.

Todas las noches dejaba el móvil encendido, no quería perder ninguna posibilidad de contacto por su parte, pero cada mañana su pantalla estaba vacía, sin rastro de que Juan no la hubiera olvidado. Con la esperanza prácticamente perdida, un sábado por la tarde tras cerrar la puerta recién llegada a casa, recibió un mensaje: “Estoy en un hotel de Corea, llámame a cobro revertido por favor. Necesito escucharte”. El corazón estuvo a punto de salir disparado, sentía como bombeaba cada vez más rápido y cómo sus piernas comenzaban a temblar mientras marcaba el número. Un tono, dos tonos…colgó. Debía tranquilizarse antes de hablar con él. Respiró hondo y volvió a marcar. Cuando Juan descolgó al fin, después de que practicar su inglés con la recepcionista del hotel le hiciera perder los nervios, pudo escucharle.

- Hola preciosa. - Dijo despacio y aparentemente tranquilo -. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Lucía. Esa voz aún a miles de kilómetros conseguía turbarla sin poder controlarlo. Tampoco quería.

Hablaron como si no hubiera pasado el tiempo y sin saber cómo, ni en qué momento, habían llegado otro nivel completamente desconocido para ella. Se encontró escuchando como Juan la susurraba qué debía hacer, cómo debía transmitirle lo que ambos tanto deseaban. Sin pensarlo, Lucía se dejó llevar. Le describió qué llevaba puesto mientras él le decía cómo deseaba desnudarla, despacio, con cuidado. Tumbada sobre la cama, activó el manos libres y comenzó a hacer todo lo que Juan le pedía.

- No hay nada que debas reprimir, puedes pararme cuando quieras o si lo prefieres, llevar tú las riendas. - Lucía sabía que prefería dejarle a él el mando, ser sumisa en la distancia también le parecía excitante.

Comenzó a acariciarse el pecho, sus suaves areolas que al tacto endurecieron sus pezones, obtuvo un leve gemido que hizo que Juan le animara a continuar. Sin prisa, aprovechando el momento, sus caricias eran suaves, controlando su respiración para que nada se perdiera a través del teléfono. Lucía disfrutaba de compartir algo que solo pensaba posible en persona y que aún así, sentía de una manera muy profunda e intensa. Tras sus pezones descendió lentamente hacia el ombligo y lo rozó sutilmente, notando cómo la piel de alrededor se erizaba y comenzaba a sentir entre sus piernas un grito desesperado que le llamaba, a él, a esa persona que conseguía transportarla a un mundo lejano y desconocido. A pocos centímetros su suave pubis le hizo cambiar el rumbo y comenzar a describirle sus sensaciones.

- Lo acaricio y lo siento muy suave, sedoso…

Decidió que no le permitiría hablar, querría disfrutar el momento, su momento. Haciendo círculos alrededor del volcán que se avecinaba en erupción, cada vez más cercana, comenzó a escuchar la respiración entrecortada de Juan, cuya imaginación aumentaban aún más su deseo por ella. Evocando su habitación, sus sábanas y su olor, su cuerpo respondió como nunca había visto antes. Extraordinaria, desmedida y exorbitante, no creyó que pudiera esperar. Su anhelo hacia ella demasiado intenso.

Mientras escuchaba los gemidos sinceros y cada vez más acelerados de Lucía, comenzó a acariciarse, imaginándola frente a él haciendo lo que ella misma le estaba expresando sin suprimir ni silenciar ningún detalle. Un gemido más intenso, ahogado y profundo hizo que Juan estallara pensando en un futuro momento en el que ese mismo instante, pudiera vivirlo junto a ella, atravesando esos ojos verdosos y profundos de Lucía.

Se quedaron el silencio, escuchando sus respiraciones y sintiendo cómo el torbellino de sensaciones iba calmándose a la espera de mucho más.


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