¡Vaya noche la de aquel día! ¡Qué nervios pasé! Ojalá hubiera tenido una taza de té. Era la tercera vez que deseaba algo con toda mi alma y curiosamente era el mismo deseo.
No pasaban las horas. Parecía que el reloj de cuco había marcado la medianoche hacía una eternidad.
Yo esperaba inmóvil con los ojos abiertos de par en par, era inevitable. Tanta fue la espera que encontré el patrón de las luces del árbol y como tenían sonido, también adivinaba la canción que iba a sobrevenir a la que sonaba. Empezaban todas a resultar insoportables pero era por la impaciencia.
La vida no es fácil y en situaciones así pasan por la cabeza mil detalles. En ese instante, por la desesperación quizás, recordé los malos momentos o los más duros pero también, por la misma presión del momento, vinieron muchos más buenos. Fue justo cuando me di cuenta que la ilusión nace de los recuerdos buenos e inolvidables y que las ganas, la predisposición, hace que las heridas se cierren aunque sea con hilo y aguja.
Un ruido me distrajo de mi reflexión. Aún recuerdo la melodía de la canción de"Noche de Paz" que me pareció una ironía. Alguien se acercaba por las escaleras. De pronto las risas inundaron la casa y apareció como un ángel frente a mí. No lo podía creer, tenía los mismos ojos que su madre y su abuela, igual de brillantes.
- Mamá, los Reyes me han traído una hermosa muñeca de trapo - gritó Julia sonriendo y abrazándome con tanta fuerza que me provocó, sin mala intención, este último descosido.
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