La Becaria

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Reinaba el silencio en toda la oficina, era un jueves cualquiera dónde mis compañeros habían quedado para tomar una cervecita antes de ir a casa. Pero yo no había podido salir todavía, seguía con aquel informe que debía entregar al día siguiente a mi jefe.

Las luces de toda la planta estaban apagadas a excepción del flexo de mi despacho y la luz que desprendía la pantalla de mi ordenador.

Cansado, pare unos segundos, di un trago a aquel café frío y me froté con ambas manos la cara. Descansé un momento con los ojos cerrados y mis dedos apoyados en los lacrimales haciendo presión. Respiré hondo varias veces, a modo de relajación.

Dejé mi mente en blanco, y masajeé mi cuello para aliviar mi tensión muscular. Aquella quietud y sosiego hizo que mis pensamientos me llevaran a un mar en calma donde las olas llegaban a la orilla con ese sonido tan placentero.

Un ruido fuera de mi despacho me apartó rápidamente de aquella paz marina y puso todos mis sentidos en alerta. Ya no quedaba nadie en la oficina, mi jefe estaba de viaje, hoy no había venido en todo el día y era poco probable que se acercara ya tan tarde.

¿Sería la mujer de la limpieza?, pensé para mis adentros. Si, solían limpiar tarde para no interrumpir a nadie en su trabajo. Estaba claro que yo había pasado el límite del horario de trabajo normal.

Mis ojos volvieron al informe, tenía que terminar cuanto antes e irme a casa a descansar. Quedaba poco, tan sólo las últimas cifras y repasar todo.

Terminé y mande imprimir el informe que eran 12 folios. Lo envié a la impresora grande que había en el cuartito de las fotocopias, pues la calidad del color era mejor y era más rápida imprimiendo. Levantarme de aquella silla me vendría bien, dar un paseo hasta allí a recoger el informe que ya estaría impreso era buena idea para despejarme.

Pasé por delante del despacho del jefe e imaginando que la puerta era él, levante el dedo corazón, me reí por dentro, era ridículo pero me sentí satisfecho al hacerlo.

Recorrí el pasillo a oscuras sin encender ningún interruptor y me dirigí hacia aquel cuartucho como una polilla va hacia una lámpara, porque por debajo de la puerta de aquella habitación salía una luz intermitente, como si alguien estuviese haciendo fotocopias. Me acerqué despacio sin hacer ruido y apoyé mi oreja intentando escuchar. En efecto la fotocopiadora estaba funcionando. ¿Quién podría estar haciendo fotocopias a estas horas?.

Abrí la puerta expectante en ver que me encontraba y me sorprendió bastante lo que allí había. Una chica rubia jovencísima con poca ropa jadeaba sentada sobre la fotocopiadora. Estaba fotocopiando sus partes íntimas según pude distinguir de los borrones en las copias que salían de la máquina.

 

Obviamente no pude evitar que mis manos fueran hacia mi pene que clamaba por su salida de aquel encierro. Estaba duro y ante aquella imagen divina quería ser acariciado, evidentemente por la rubia pero me pareció feo distraer el disfrute de la chica. Así que saqué mi miembro húmedo ya por las lágrimas de excitación que salían de él y empecé a masturbarme mirando el pecho tan generoso de aquella joven. Me deleité con sus curvas perfectas fruto de una juventud y lozanía cuidada, junto con una buena genética.

No me había dado cuenta de que aquella chica había parado y me miraba fijamente. Nuestros ojos se encontraron y surgió la duda. No gritó, ni hizo aspavientos, tan solo me sonrió seductoramente cómo invitándome a acercarme y eso precisamente es lo que hice. Me aproximé lentamente como un león a su presa.

Extendió sus manos a mi pene, yo obedientemente lo arrimé hacia sus dedos largos y finos que enseguida rodearon mi miembro friccionando enérgicamente de arriba abajo haciendo mi excitación más notable de lo que ya era. Quería estallar ya mismo pero preferí esperar a ver que acontecía.

La fotocopiadora seguía en funcionamiento cuando ella se bajo para ponerse de rodillas y rodear mi polla con sus labios y lamer y chupar con una ansiedad casi imposible. Se le iba la vida en ello, aquella chica chupaba como si lo necesitara para vivir.

Si seguía así me iba a correr en su boca, así que con la mano le indiqué que parara. Entonces se levanto relamiéndose y se giró apoyando los brazos contra la máquina dándome la espalda.

Levanté su falda un poco e introduje mi pene con suavidad, a lo que ella contestó con un gemido profundo. Comencé a moverme despacio agarrado a sus caderas. Si aumentaba la velocidad en el ritmo iba a terminar allí mismo y no quería. Continué con el ritmo pausado y con mis dedos acaricié su clítoris con firmeza. Me di cuenta que estaba muy mojada lo que significaba que le estaba gustando. Quería que durara toda la vida pero ella no tenía previsto aquel pensamiento y empezó a moverse más rápidamente. Oí sus jadeos y un grito ahogado salió por su boca, los espasmos de su vagina me indicaron que su clímax había llegado y seguidamente me dejé llevar, justo un segundo antes de correrme la saqué, ella se agachó y se giró dándome la cara y una boca muy sensual que me pedía a gritos que vertiera aquel líquido del placer y así lo hice, me corrí en su carita y ella terminó lamiéndome la polla con la lengua e introduciéndosela en la boca, dejándola limpia de semen, fue bestial.

Necesité unos minutos para recuperarme, mi edad ya no me permite lo que me permitía a los 20 años. Cuando quise darme cuenta la rubia había desaparecido, la habitación seguía a oscuras y la fotocopiadora funcionando. Encendí la luz y paré la máquina. Recogí las copias que había en la bandeja de entrada y comprobé que entre aquellos folios estaba mi informe y unas hojas en negro, ni rastro del sexo de la rubia.

Volví a mi despacho, al sentarme y comenzar a revisar el informe, que por cierto estaba perfecto, me vino a la cabeza la idea de que aquello había sido un sueño producido por el cansancio o el estrés. Quizás me había quedado dormido durante un rato sin darme cuenta. Daba igual, para mi había sido una experiencia increíble.

Al día siguiente llamé a la puerta de mi jefe y su voz me indicó que pasara. Al entrar vi que estaba acompañado por una joven rubia. Era ella. Mi cara de sorpresa hizo que mi jefe preguntara si ya nos conocíamos, a lo cual ella contestó rápidamente que no. Su semblante impasible me dejó perplejo. El feje nos presentó, … ella es Ana, la nueva becaría.

Cuando salía del despacho miré su bonita cara al girarme y ella me sonrió y guiñó un ojo. ¡¡¡No había sido un sueño, había tenido sexo con una diosa de carne y hueso!!!.


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