La revancha que surgió del fuego (capítulo 5/8)

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“¡Joder Eva!, ¿a qué viene esto?” preguntó sorprendido y muy agitado.

“Es un adelanto, relájate”, le respondí.

“Pero mi cumple no es hasta dentro de tres meses”.

“Muy gracioso”, suspiré.

 

Cuando tuve su polla en mi mano, apuntando hacia arriba, he de reconocer que me esperaba algo considerablemente más pequeño, menos trascendente, pero el chaval estaba bastante bien dotado. Del 17 ó 18, quizás. ¿Tal vez era esa la razón de la ofuscación morbosa de Mónica, y el motivo por el que ella me taladraba el coco cada día con lo mismo? Lo descarté. No era para tanto. Estiré hacia abajo del pellejo para extraer de él un glande hinchado y morado y, por qué no decirlo, con restos de requesón propios de una guarro maloliente. Inicié un lento movimiento con mi mano que enseguida dio lugar a varios suspiros del agraciado. Creo que este imbécil no sabía muy bien si estaba soñando o no. Gracias a mis movimientos y estrujadas, y a sus propios líquidos, la suciedad quedó disipada y me dispuse a saltar de la cama para agacharme a la altura de sus huevos y lamérselos mientras seguía agarrándole por el asa erecto. El hedor a lonja abandonada que emitía ese hueco era insoportable. No me creía lo que estaba asumiendo con la única intención de joderle los planes a Mónica. Me estaban entrando unas arcadas terribles y decreté superar esas sensaciones  repulsivas abarcando con mi boca la totalidad de la verga y así intentar bloquear mis papilas gustativas. Emitiendo otra arcada de auténtico asco intenté no pensar en lo que había visto y olfateado segundos antes. Hoy iba a salirme con la mía como fuera, tenía la intención de saciar a Rafa para suprimir el concepto novedoso que pretendía mi amiga. Como me consta que Rafa no iba a aguantar más de 20 segundos se me ocurrió que, si hacía que se corriera enseguida, tal vez resistiría un poco más en un siguiente endurecimiento y, al menos, podríamos consumar un acto que Mónica ya tenía diseñado para el día siguiente. Efectivamente, con su carne todavía dentro de mi boca me advirtió de su inminente llegada y, sin ofrecerme opciones, se la sacó con una mano para pajearse a la vez que me sostenía la cabeza con la otra. Conociendo su propia fisionomía de expulsión, supo muy bien cómo proceder para que su limitado esperma me manchara la cara, primero con una ráfaga muy breve y después con un reguero de pastosidad que caía por gracia de la propia gravedad. Aún no había acabado de expulsar los últimos restos y el Calippo ya era un trozo de pellejo sin consistencia.

 

“¡Uff tía, qué pasada! ¿Sabes la de pajas que me he hecho pensando en esto exactamente?”

“Estupendo, pero aún no hemos acabado”, le reprobé.

 

No creo que me entendiera muy bien, pero poco importó porque, sin más dilación, me hizo un oferta que no pude ignorar:

 

“¿Me dejas que te coma el coño? Me encantaría y me volvería a poner a mil”.

“Es que...”, es que aún no me he lavado, iba a decirle. ¡Anda ya! “Venga, a ver si consigues que me corra yo ahora”, le desafié con mi bigote y barbilla parcialmente embadurnados de su escaso pero pastoso engrudo.

 

Me quité las bragas a toda prisa bajo el vestido y me senté de nuevo en el borde del colchón, levanté las dos piernas para ofrecerle mi conejito y le atraje la cabeza agarrándole por el pelo brúscamente. La descripción que hizo Mónica del cunnilingus de Rafa no correspondía mucho con esta. No es que fuera la mejor comida de coño del siglo, pero se lo curró bastante bien. Usó con cierta habilidad la lengua, chupando y besándome, limpiándome con gran fruición mis labios y mis dos grutas, realizando pasadas con esa extensión rugosa, áspera, erizada, desde el ano hasta el clítoris a la vez que, con una de sus manos, me frotaba éste último mostrando un talento sin duda cultivado en la academia virtual Xhamster. Sin importarle lo más mínimo mi propia higiene o, mejor dicho, la ausencia de ésta, apuntaba con su lengua erguida sobre mi orificio anal usándolo como punto de partida a un recorrido lento y minucioso de toda la zona genital hasta culminar en mi botón rígido y descapuchado. El mancebo disfrutaba como un enano ese caramelo de centollo que le regalaba, repetía esa misma operación, de forma idéntica, una y otra vez, originando en mis entrañas un hervor difícil de controlar. Al principio procuré no ofrecerle el honor de mis expresiones pero, poco a poco, eso era imposible. Ahora mismo, cada viaje de su extensión bucal a través de mi imperfecta orografía genital recibía a cambio un gemido de placer y un ceño fruncido que animaba a Rafa a continuar sin complejos. Clandestinamente fijaba su mirada en mi semblante para regocijarse en su trabajo. E, irremediablemente, entre sus arrebaños y la estimulación directa de mi botón, muy pronto se originó una pequeña fuente orgásmica que rápidamente Rafa se preocupó de abarcar con la boca al son de mis contracciones y suspiros ahogados.

 

“¡Diosss!”, no pude evitar manifestar mi éxtasis.

“¡Qué rica estás niña!” balbuceaba mientras terminaba de sorberme.


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