La revancha que surgió del fuego (capítulo 6/8)

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Rafa se levantó rápidamente y me ofreció otra vez su verga lista para proporcionar deleite. Qué feo y poco agraciado era el pobre, pero qué coño, esto era una misión contra un plan perverso, así que me levanté, le empujé sobre la cama, boca arriba, levanté mi vestido y me senté sobre él apoyando mis rodillas a cada uno de sus lados manteniendo una encajada del rabo perpendicular a su posición. Había pensado en ponerle un condón, pero este tío solo se alimentaba de pajas, y una ETS sería muy poco probable, así que comencé a saltar sobre su estaca mientras él abarcaba con ambas manos mis dos tetas todavía pendientes de su habitual dureza en estado de excitación. A pesar del desagrado en el ambiente y de su sabor agrio y vomitivo, Rafa me había puesto bastante caliente. Intenté moverme de forma lenta, acompasada y armoniosa. Mi intención era que durara más de 20 segundos y me proporcionara algo de placer con sus genitales. Pero, sobre todo, se trataba de conseguir que las fantasías de Rafa se acabaran cumpliendo hoy mismo, consiguiendo así aguarle la fiesta a mi compañera de piso y a su ridículo plan vengativo. Mi cabalgada pasó del paso al trote y al galope durante los siguientes minutos. De vez en cuando paraba y movía mi pompis en círculos para proporcionar descanso para él y varias sensaciones internas para mí. En un momento dado, sin moverme de mi asiento, recoloqué mis pies sobre la cama para apoyarme con las manos hacia atrás, sobre sus muslos, cambiando el ángulo de la montada.

 

“¡Joder Eva! Qué buena que estás, tía”, se sinceró el bastardo.

 

El vestido que yo portaba impedía su visión subjetiva de la clavada y, de vez en cuando, él levantaba la parte delantera del mismo para ser testigo directo de su logro. Remiraba en silencio aquello que normalmente solía consultar en sus vídeos, para después perder la mirada en blanco hacia el infinito con el aspecto de no poder alargarse mucho más. Reconozco que su figura repulsiva y su olor a no sé bien qué no fueron un impedimento para disfrutar ese momento de calentura total. A medida que Rafa iba levantando con regularidad mi vestido para comprobar, una vez tras otra, cómo embadurnaba su cilindro con mi crema blanquecina, daba la sensación de que ya estaba a punto de explotar. Entonces yo paraba repentinamente y dejaba que sus huevos palpitaran entre mis piernas, me incorporaba sobre él y le susurraba al oído “¿quieres correrte dentro de mí?” Esto se repitió en varias ocasiones. Llegué a admirar su aguante. Yo le cabalgaba de forma arrítmica y, cuando se acordaba, él me pellizcaba un pezón alargando una de sus manos. Ese momento era un desafío para mí también. Hay pocas cosas que me exciten más que un retorcimiento de mi areola mientras me poseen.

 

Cuando me cansé de mi montura me dejé caer a un lado quedando arrojada sobre uno de mis costados y ofreciendo mi grupa al gorrino, que tenía todo el aspecto de no saber cómo plantear un 44. Le ayudé atrayéndolo hacia mí y agarrándole el miembro para posicionarlo entre mis muslos unidos. Cuando acerté el punto exacto le advertí el momento y empujó todo lo que pudo para adentrarse entre mis labios prietos. Disfruté escasamente esa embestida pues es esta una posición que exige una extensión especial del macho. Y no era el caso. Me dejé bombear de esa guisa mientras le invitaba a descargarme dentro. Y de pronto, la sorpresa:

 

“¡Qué cabrón, tiooo!” oí súbitamente a nuestros pies. Era su amigo el gitano, que se había recuperado del coma y ahora estaba oteando nuestra función con el torso desnudo y unos pantalones vaqueros.

“Hola Kev... Kevin”, titubeó Rafa saliendo de mi interior. “Esta es Eva, una amiga”.

“¡Qué cabrón... está buenísima, hijoputa!” gritó con violencia el calé. “¡Quita payo, deja un poco a los amigos!”, insistió el tipo prácticamente arrancando a Rafa de mi costado.

“¡Eh tío, qué coño haces!” le reprendí.

 

Me bajé rápidamente el vestido para tapar mis partes y disimular mi posición. Me dispuse a levantarme de la cama y el ex-presidiario, agarrándome de los tobillos, me arrastró hacia el borde de la cama mientras se convencía de que ahora era su turno y que yo estaba ahí mágicamente para satisfacer las perversiones de los habitantes de esa pocilga.

 

“¡Quítame las manos de encima, asqueroso!, le grité removiéndome para evitar su tacto en mi cuerpo.

“O sea, ¿te estás follando a mi amigo Rafa y vas a pasar de mí?”

“¡Que te quites, joder!”, insistí atemorizada.

“¡Y una mierda, guapa! Yo también quiero ponerte fina”, amenazaba el tío bajo la mirada impertérrita de su compañero.

 

Yo intentaba incorporarme de la cama, poner los pies en el suelo para disponer de mejor ataque a mi huida, pero Kevin no solo era demasiado corpulento, sino que ofrecía una violencia que no parecía sorprender a Rafa. Estaba empezando a acojonarme de verdad. Ese tipo no tenía aspecto de bromear y, probablemente había salido de la cárcel hacía poco, por lo que yo era un dulce caramelo de fresa para un individuo abrumado por la amargura y la necesidad. No tenía buena pinta el asunto. Me empujó de forma muy tosca contra la cama y levantó el vestido que portaba durante toda la mañana.

 

“¡Uff, menudo coñito, tío”, le confesaba a Rafa, que estaba en silencio sentado en la esquina de la cama con una expresión acorde a las circunstancias.


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