La revancha que surgió del fuego (capítulo 7/8)

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Ahora yo tenía claro que mi “aliado” no estaba dispuesto a enfrentarse a Kevin por mí, así que tuve que asumir el papel de defensora de mis propios intereses e imponer mi genio desbocado para evitar que un puto pirado me violara impunemente. Mientras el gitano no cesaba en su intención de exponer mis genitales para su regocijo, yo pataleaba y abofeteaba su cuerpo musculoso e iba propinando todo tipo de golpes aleatorios, sin destino concreto. Solo quería salir de ahí abriéndome paso de la forma más salvaje. Pero ese tío era demasiado fuerte, y su hambre, voraz. Me agarró por las muñecas aprisionando mis piernas con las suyas y se acercó a mi oído:

 

“No te resistas, preciosa, estás demasiado buena para dejarte ir, y no sabes cuánto tiempo llevo sin echar un buen polvo”, me arrulló con el sosiego de un psicópata muy seguro de sí mismo.

 

Estaba cagada de miedo y empecé a asumir que la única forma de salir de ahí sería dejándome violar por ese cabrón. Tras el susurro de su frase amenazadora él notó la relajación de mis extremidades castigadas y empezó a disfrutar el néctar de su victoria.

 

“No te muevas”, me ordenó.

 

Se quitó de un tirón los pantalones y mostró el bulto bajo sus calzoncillos de mercadillo. Se sacó una tranca importante por el agujero frontal y comenzó a tocársela lentamente mientras me repasaba con la mirada de arriba a abajo. Yo solo podía echar la mirada a un lado para evitar ser su espectadora, pero él me conminaba a examinar su propia paja.

 

“Súbete ese vestido y levanta las piernas”, me exigió esta vez con voz de mando.

 

Decidí obedecer desvalida con la esperanza de que se limitara a descargar sobre mí y cayera exhausto y vacío. Alargando la mano que tenía libre la usó para juguetear con sus dedos en mi raja reseca y temerosa. Siendo consciente de ese laconismo empapó esos mismos dedos con su saliva y volvió a probar su intento de penetrarme con ellos. Ante mi absoluta indiferencia física y total rechazo psicológico consiguió adentrar su extensión más alargada dentro de mí. Entonces su polla parecía tomar más volumen entre la mano, acelerando sus propias caricias sobre el glande, a medida que, por una simple cuestión orgánica, mi chocho empezaba a dar muestras de excitación, delatando cada vez más flujo en su extremidad digital.

 

“Estás empezando a ponerte muy cachonda, pedazo de guarrita”, soltó el hijoputa.

 

Le saqué de un golpe el dedo de mi interior e intenté aventurarme por sorpresa para salir por patas del lugar, pero él ya se esperaba esa intención y, con grandes reflejos, me volvió a inmovilizar con su propio cuerpo, como antes, espetando con gestos de reproche mi tentativa. Aprovechando que tenía la verga fuera del slip, y que ahora me bloqueaba como antes, frotó su miembro mojado sobre mis muslos desnudos, como advirtiendo que se trataba de un preámbulo a sus intenciones. Noté la viscosidad de su calentura con mucha claridad y, mientras mantenía mis brazos aprisionados  contra las sábanas, por encima de mi cabeza, su cuerpo iba ascendiendo lentamente para abrirse paso hacia mi entrepierna usando un guía firme y consistente. Fue entonces cuando corroboré que, en efecto, mi coño tomaba sus propias decisiones y, en un arrebato de calentura extrema,  contradiciendo definitivamente mi raciocinio, se levantaron instintivamente mis dos piernas para reclamar el deseo de ser poseída inmediatamente. El gitano lo comprendió muy bien y, de una sola empitonada salvaje se adentró entre mis carnes, mientras poseedor y poseída gritábamos esa irrupción violenta.

 

“¡Ponte una goma!” le interpelé, con retraso, a mi empalador.

 

Imposible imponer mi exigencia. Aprovechando la viscosidad momentánea de mis partes que, con tanta paciencia había forzado Kevin, me empezó a follar violentamente haciendo fondo en mi interior. Asumí la invasión del gitano mirándole con cara de aborrecimiento primero, y con expresión exacerbada, después. Siendo violada por ese tipo quería evitar mostrar el más mínimo síntoma de placer, pero sus golpes contra mis ingles eran feroces y se antojaba físicamente imposible disimular el estímulo sexual que me proporcionaban las sacudidas. Mis gemidos oprimidos, los resoplos ineludibles y los propios gruñidos del gayán invadían la estancia arrinconando a un Rafa que prefirió no enfrentarse a la injusticia. Con dificultad, a veces yo conseguía sacar fuerzas de mi prisión para incorporar la cabeza y vislumbrar las sacudidas de las que era objeto. Solo podía adivinar la importante extensión del energúmeno que me fornicaba y cómo lubricaba con mis líquidos su herramienta taladradora. A pesar de haberme dejado mancillar por ese recluso de gimnasio al aire libre, me quedaba el suficiente orgullo para proponerme no llegar al orgasmo y así evitar regalarle ese mérito. Decidí desconectar de ese coito y solo me dejé hacer. Entonces permití que me violara, que liberara su aislamiento en mi cuerpo inerte, que saciara su asedio dentro de mí.

 

Cuando el gitano Kevin percibió mi indolencia salió de mi interior y me dio la vuelta para colocarme en el mismo sitio pero boca abajo, me levantó el vestido para colocarlo encima de mi espalda y, agarrándose el miembro con una de sus manos, esgrimió:

 

“¡Me cago en la puta Rafa, esta tía está buenísima!”


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