En realidad estaba ya más cerca de su septuagésimo sexto año de edad que de los setenta y cinco que tan lejos ya se veían y que había dejado un largo camino de padeceres, inquietudes y ciertos despistes.
Siempre había sido un hombre de fuerte carácter, aunque últimamente su estado ausente y su mirada perdida no eran ni el reflejo de lo que un día llegó a ser.
Atendía con interés, mostrando un rostro afable cuando alguien le hablaba en tono pausado y ligeramente elevado, pero silencio y un sonrisa infantil era lo que siempre mostraba, no porque no entendiese lo que le decían o preguntasen, sino porque simplemente, no sabía que responder.
Hizo llorar a los suyos de pena y desesperación sin poder hacer nada por evitar aquella situación, nunca lo hizo adrede, es que simplemente no lo recordaba.
Aquel con el que un día tanto se rieron, ese al que tanto ironizaron en conversaciones de familiares y amigos por fin había llegado a él, sin pedir a nadie permiso. Aquel extraño con nombre extranjero había creado un gran vacío en su cerebro que le había hecho olvidar gran parte de su pasado y prácticamente todo su presente, el que muy de vez en cuando se dejaban bañar con un ligero rayo de luz pasajero que a todos falsamente ilusionaba, para de nuevo volver a hundirlos en la más triste desesperación.
Miraba con ojos de chiquillo ilusionado bajo una expresión de cejas arqueadas, prestaba atención y pasaba de rostro a rostro como si en realidad viese algo conocido en ellos, pero hacía ya tiempo que allí había dejado de encontrar a su anciana mujer, a sus tres hijos independientemente de su sexo y a esos pequeños a los que un día llamó orgulloso, mis sobrinos y que de tanta ilusión lo habían llenado, pero todo eso era ya fruto del pasado, un pasado reciente que en realidad tampoco recordaba.
El Alzheimer había tomado el control de sus recuerdos, llevándolos haya donde todos los guardaba y que nadie sabía dónde encontrarlos, ni cómo llegar. Ese al que a todos provoca una sonrisa cuando se termina de pronunciar su difícil nombre y el que hace llorar cuando te das cuenta que finalmente ha llegado para quedarse y que para cuando se marche se ira con él, con ese huésped convertido en pelele, al que privó de una de las cosas más importante que uno puede tener, esos recuerdos y pensamientos de un tiempo vivido que jamás regresara y que fue lo que te convirtió en lo que realmente eres, o fuiste.
Un chiste sobre una despiadada y cruel enfermedad al que irónicamente llamaron el alemán.
Oscar Cerezo
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