El lago que guardó nuestro secreto

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Era un lago precioso y cristalino, había algunos patos. Eran todos árboles cuyas hojas caían al agua una tarde soleada de Octubre. Los sauces llorones eran movidos por la pequeña brisa que movían nuestra barquita blanca de remos de madera. Ella estaba tumbada sobre una manta roja leyendo un libro con poemas de Pablo Neruda que iba recitando en alto. Yo la escuchaba atento y la miraba con dulzura. Sus ojos marrones brillaban por el sol y tenía un jersey gris que dejaba al aire la piel de su hombro y sus delicadas piernas. Esas piernas... Me ponían bastante y decidí que era hora de darme un chapuzón. Me quité la camisa y los pantalones quedándome tan solo en calzones. Ella apartó la mirada rápidamente del libro y observó detenidamente como me tiraba al agua. La salpiqué un poquito pero ella reaccionó bien. El agua estaba muy fría, pero yo en cambio estaba muy caliente. Se quitó el jersey... No llevaba nada debajo, sus curvas y sus humildes pechos quedaron a mi vista. Lo que provocó un hombre erecto que casi se ahoga. Cogió su gorro y se lo puso en la cabeza para echar una siesta que pronto se vería interrumpida. Subí a la barquita y me deshice del calzoncillo mojado. Me tumbé encima de ella, le quité el gorro de la cara y la agarré de sus manos para que no escapase. Me apreté contra ella y al notar mi gran erección conseguí que su respiración se agitase. La besé y fui bajando por su cuello, ella consiguió apartar mis manos de las suyas y bajo hasta mi miembro. Había conseguido que aquella hermosa chica estuviese húmeda y sin hacer ningún esfuerzo ella solita consiguió meter mi erección en su mojada vagina. Comencé suavemente pero sus pellizcos en mi glúteo y sus arañazos en mi espalda me ponían mucho más y empecé a embestirla, ella jadeaba en mi oído y yo respiraba por la boca hasta que hubo un increíble momento en el que mi líquido caliente y su flujo se esparcieron por la vagina bajando por sus piernas. El sol se ocultaba y nuestras respiraciones se tranquilizaban. Aquellas hojas ocultaban los cantos de la preciosa mujer que yo amaba.


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