Las gotas de sudor se cruzaban entre sus pechos, podía sentirle, olerle...buscaba su sexo, ese con el que tanto disfrutaba; gemía en su oído despacio, compartiendo con Juan su respiración...su todo. Su suave camisón se había convertido en una segunda piel, húmedo, pegado a su cuerpo. Abrió los ojos y se vio de nuevo sola, estremeciéndose por alguien que no estaba ahí, pero no podía parar ahora. Decidió terminar ese momento, su momento, ella sola, aunque no era lo mismo si junto a su cuerpo casi desnudo no estaba él.
No se sentía culpable, era una sensación diferente. Estaba a muchos -quizá demasiados- kilómetros de distancia y no sabía si estando más cerca la situación sería la misma. Se levantó, se duchó despacio, pensándole, imaginándole; tenía que parar, tenía que centrarse en la vida real...no podía vivir de fantasías que al hacerse realidad no serían suficiente. Mañana volvería a verle pero Lucía le soñaba cada noche, cada día y su físico se unía cada vez más rápido a esa emoción desmedida.
De nuevo arreglándose para él, frente al espejo se dio cuenta...tenía que parar, esa lujuria tenía que convertirse en algo más real que poder controlar. Lo pensó durante unos minutos, sabía qué debía hacer.
El mismo ritual. Sus manos apretando fuerte su cintura, sus ojos adentrándose en lo más profundo de su mente. Lucía no podía controlarlo. Su encuentro a tres fue el punto de inflexión que necesitaba, ese reto que le hizo ver hasta dónde era capaz de llegar. Le sonrió, le besó suavemente en el cuello y fue a saludar a Álvaro sin mediar ni una palabra. Juan se extrañó pero no quiso que nadie se diera cuenta. Pasaban las horas y Lucía seguía riéndose con él como si solo estuvieran los dos. No había notado nada extraño, ¿acaso se había terminado? ¿solo era sexo para ella? ¿Había sido capaz de engañarle sin que se diera cuenta?
Decidió marcharse, quería parecer indiferente pero -aún sorprendiéndole a él mismo- no podía. Se dio la vuelta y se encontró frente a ella.
- Me voy a casa - Lucía parecía tranquila, más de lo que nunca él había visto -, es tarde así que me acompañará Álvaro a casa. ¿ Nos vemos mañana?
- Claro - Más que tranquilo sonó cabreado, Juan no podía creerlo...¿de verdad?
Les veía marchándose entre risas y todo aquello parecía una pesadilla. Estaba preciosa, más que nunca, quizá por ver cómo se marchaba con otro. Esperó un tiempo que le pareció eterno y se fue a casa. ¿ Para eso hacía tantos kilómetros? No había vuelto a fijarse en nadie más, solo pensaba en ella y desde que la conoció todo el sexo que tenía era junto a Lucía o pensando en Lucía...todo en torno a Lucía; sin pensarlo cambió de idea y sin apenas darse cuenta estaba en la puerta de su casa. Le daba igual lo que se encontrara, no podría dormir imaginando como otro la rozaba, la besaba, la veía desnuda y descubría su sabor...ese que era solo para él. Tardaba en abrir y no le gustaba cómo iba a reaccionar. ¿Celos?, eso no era para él. Cuando al fin abrió la puerta, allí estaba, guapísima, sin maquillar, despeinada, natural...
- ¿Estás sola? - Seguía sin parecer nada tranquilo.
- ¡Claro! - Su indignación era más que evidente - ¿Acaso vienes a reclamar? ¿El qué? ¿Una propiedad, una posesión? - Ni siquiera ella hubiera esperado esa reacción tan visceral.
Sin mediar palabra Juan la beso, fuerte, impulsivo, casi violento. Esta vez no la posó sobre el suelo, la empujó sobre el sofá y la miró como nunca antes había mirado, no solo a Lucía, sino a nadie...Se agachó delante de ella, apartó su ropa interior y su lengua rozó su clítoris húmedo, brillante y expectante. Lucía no pudo esconder un gemido que emanó de lo más profundo, esta vez, de su corazón. Juan no pensaba moverse de ahí, lamió, mordisqueó, acarició, sus manos entraron en juego y sintió como Lucía no paraba de estremecerse, arañándole los hombros, agitando sus caderas, lamiéndose las yemas de los dedos mientras sus gemidos no paraban. Cuando paró, ni siquiera ella sabía cuántas veces había tocado el cielo...más bien había entrado hasta el fondo. Juan la miró, se puso en pie y la llevo a la habitación.
Pasaron la noche siendo uno, sin separarse ni un centímetro el uno del otro. Despacio, se sintieron, se estremecieron, se quisieron. Juan no paraba de acariciarla, con cuidado, suave, mirándola con un fuego que hacía que su sexo no se pudiera relajar, buscar, encontrar...nada frenaba su curiosidad por ella... Lucía sabía que Álvaro les había hecho ver lo que realmente ambos querían y él, no había tenido problema en ayudar abriéndoles los ojos...más a él que a ella.
La felicidad de Lucía no tenía límite, siempre había sido muy romántica, pero había descubierto como transmitir todos sus sentimientos a través del sexo, cómo podía disfrutar viendo los continuos arrebatos en estampida...por ella, por su cuerpo desnudo y por lo que le hacía sentir no solo en cama... No durmieron hasta bien entrado el día...
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