Trago amargo
Ramón Salazar coge el viejo Plymouth del 85 de su padre. Lo enciende. Dos dados cuelgan del espejo retrovisor interior y cuando Ramón arranca por la autopista 14 y lo pone en cuarta, estos comienzan a moverse hacia adelante y hacía atrás. Tantea el asiento de pasajero donde descansan unos cigarrillos y coge uno, se lo coloca en la comisura de la boca. Sujeta el volante con la mano izquierda y mientras tanto, con la derecha, saca una cajetilla de cerillas del bolsillo delantero de su camisa. Con los dedos índice y pulgar saca una cerilla de madera, la raspa contra la superficie rugosa de la caja y acerca la llama del fósforo al cigarrillo. Una vez encendido, coge con los dedos índice y pulgar el vástago del fósforo y lo agita arriba y abajo hasta apagarlo. Arroja el fósforo por la ventana del conductor.
En la radio, Bon Jovi canta por enésima vez en ese día, Livin' on a Prayer. Ramón le bajá el volumen a la radio; le duele la cabeza y se siente débil. Hace poco murió su padre, y su madre está muy enferma en el hospital, eszquetta, igual que su padre. Hasta ahora nada de lo que han hecho los médicos ha funcionado para detener esta plaga de eszquetta, parece ser que el virus de la tuberculosis ha mutado y los médicos no saben cómo curarlo, todo el pueblo parece haber cogido la condenada eszquetta. Los militares tienen cerrada la salida y entrada al pueblo.
Ramón se detiene en un aparcamiento y apaga el vehículo, una lágrima que forma un surco en su rostro sucio, le recorre la mejilla, se recarga en el asiento, cierra los ojos y se adormece, está frente a un edificio blanco con una cruz roja en el centro, es el hospital, el hospital donde murió su padre, donde morirá su madre y donde espera morir el también, cuando la eszquetta comience a afectarle, ya presenta los primeros síntomas. El cigarrillo se le cae de los dedos de la mano derecha y le hace una quemadura en el pie derecho, se despierta, maldice y arroja el cigarrillo por la ventana. Vuelve a recargarse, no cierra los ojos ni se adormece, piensa, piensa durante tanto tiempo que termina por quedarse dormido.
Abre los ojos, mira su reloj, son las 16:02, ¿cuánto tiempo durmió? ¿dos horas? ¿diez?, que demonios importa eso. Abre la portezuela, coloca el pie izquierdo en el pavimento, luego el derecho, coloca sendos brazos en su espalda y se estira, bosteza, se pasa una mano por el rostro y se peina en el espejo retrovisor batiente izquierdo. Sale del vehículo, cierra la portezuela, deja las llaves dentro, no las necesitará más y con paso ágil se dirige al imponente edificio blanco; las puertas del edificio son giratorias, las traspasa. En la recepción, una enfermera está postrada sobre el mostrador..., muerta. En el ambiente flota un terrible hedor, un hedor a muerte.
Ramón bordea el mostrador, alejándose todo lo posible del cadáver y cubriéndose la nariz con un pañuelo, se dirige al ascensor, lo llama y espera. Llega el ascensor, se abren las puertas batientes y cae un cadáver de dentro. Ramón se asusta y suelta un alarido que produce eco en el edificio vacío. Se controla y sube al ascensor preguntándose si alguien todavía estará vivo en ese hospital, si su madre estará viva. Mientras está en el ascensor Ramón sufre un acceso de tos tan fuerte que le hace preguntarse cuán cerca estuvo de perder un pulmón. Le duele demasiado la cabeza y está cansado. Las puertas se abren el quinto piso y de pronto Ramón siente deseos de salir corriendo de ahí, de escapar, de huir. Pero no lo hace, se adelanta dos pasos, las puertas del ascensor se cierran y este regresa a su puesto en el último piso. Ramón está en el pabellón de cuidados intensivos, revisa los números colocados en las ventanillas hasta que encuentra el 211, toca la puerta con la esperanza de que alguien le responda, espera, no recibe respuesta y entra. Su anciana madre yace en su lecho de costado, de manera que Ramón no puede verle el rostro. Ramón llega hasta ella, posa su mano sobre el hombro de ella, cuenta hasta tres y le da vuelta. Su madre está muerta... ahogada en su propio vómito. Ramón se vuelve y vomita el también, ver su propio vómito le hace vomitar otra vez, se limpia la boca con un pañuelo y lo arroja al bote de basura. Se vuelve, coge la mano de su madre con sendas suyas y le da un beso de despedida, se sienta en un banco, se cubre el rostro con ambas manos y llora, llora amargamente. Tose, se levanta y vuelve a besar la mano de su madre. Sale de la habitación, busca una puerta que diga: medicación, entra, coge el primer frasco que encuentra y bebe todo el contenido de un trago, es un trago amargo.
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