Llevaba un año acudiendo fielmente a la misma cafetería y como cada mañana, ahí estabas tu. Con un semblante serio que sólo se te iluminaba cuando me veías aparecer y me seguías con tu mirada.
Recorrías cada paso que daba con una mirada lasciva y eso a mi me excitaba, me hacía sentirme deseada, pero se que tras esa mirada había mucho mas que deseo.
Yo también fantaseaba con tenerte para mi, arrancarte una sonrisa y cambiar ese gesto con el que cada día te encontraba, despejar mis dudas de si lo nuestro se quedaría tan sólo en un cruce de miradas e insinuaciones.
Una mañana cuando llegué a la cafetería, esperaba encontrar tu sonrisa y tu mirada de nuevo clavada en mis pasos, pero ese día no estabas. Tomé mi café y baje al baño antes de salir disparada al trabajo, llevaba tiempo esperándote y al final se me hizo tarde.
Abrí la puerta del baño y ahí estabas tú, yo me quedé paralizada, perpleja y sin reacción alguna. Clavaste tu mirada en la mía, estaba llena de deseo. Te acercaste a mi lenta, pero firmemente. Tu mano rodeo mi cintura y me atrajo hacia ti, con un pequeño esfuerzo vano, lograste besar mis labios. Tu paso firme y tu decisión me excitaba, por fin se convertía en realidad uno de mis más obscuros deseos. Tus labios se fundieron con los míos en un instante y mi cuerpo se estremeció al sentir por fin en mi el sabor a ti. Desabroche con ansía el botón de tu pantalón y el deseo porque me hicieras tuya me sumió en el lado más lascivo.
Tus manos levantaron mi falda, desgarraste mis medias, me levantaste en vilo con la intención de hacerme tuya allí mismo. Tu boca no paraba de recorrer mi cuello y me llevaste contra la encimera de mármol de los lavabos, sentí el frió mármol en mis nalgas a la par que notaba el calor de tu miembro presionando mi bajo vientre.
De repente un ruido hizo que me soltarás y salieras corriendo de los lavabos. me dejaste descompuesta y caliente en aquel lavabo, justo cuando la camarera hizo aparición en los mismos.
Volví a casa frustrada por el desencuentro de la cafetería. La inoportuna llegada al baño de la camarera había truncado de golpe mis fantasías. Saliste corriendo y no sabia si te atreverías a volver a la cafetería como cada martes.
Sentía miedo y pavor porque no lo hicieras. Un nudo en la boca del estomago me hacia presagiar que así seria.
Mi corazón aun latía a un ritmo acelerado, mis labios aun sabían a ti, mi cuerpo me lo habías robado. Era tuyo. Te ansiaba y deseaba tanto que mi mente se perturbaba tan solo con el recuerdo.
Caminaba absorta por la calle en dirección a mi casa. Mi mirada estaba perdida en mis pensamientos. La gente me saludaba y yo ni me enteraba. Llegue al portal. Abrí la puerta y una mano sujeto mi boca en la obscuridad. Tu olor lleno de felicidad mi corazón. No te veía, pero no me hacia falta.
Un mordisco en mi labio inferior hizo que me estremeciera hasta la saciedad. Mi cuerpo reflotó de nuevo, la felicidad me invadía. La pasión me hacía desearte hasta lo mas hondo de mi ser.
Me cogiste en brazos y me subiste por las escaleras mientras mis manos se abrazaban a ti con la fuerza y el temor de que desparecieras de nuevo, y la suavidad y el encanto de abrazar a la persona deseada.
No se como ni porque conocías mi dirección y mi piso, pero no me importaba en absoluto, tan sólo quería ser tuya por fin. Abriste la puerta y mi boca no conseguía despegarse de la tuya. Los besos eran ardientes, llenos de pasión y deseo.
Me llevaste a mi cama y me tumbaste sobre ella. Mis piernas recibieron a la tuya donde se quedo en los aseos del restaurante. Mi cuerpo sentía correr la sangre por cada una de mis venas hasta llenar y sonrojar mis mejillas. La excitación superaba los límites y tu cuerpo era puro fuego. Tus manos recorrieron cada una de las curvas de mi cuerpo, dibujando un mapa de cada una de ellas en tu cabeza. Tu lengua prosiguió por cada uno de los sitios por los que habían pasado tus manos y mientras ellas arrancaban el resto de las prendas que aún me quedaban puestas tu lengua conseguía que mi piel se erizase y un sin fin de sensaciones recorrieran lo mas hondo de mi ser. Mi cuerpo era un mar de sensaciones trepidantes, cada caricia tuya me hacía suspirar fuertemente y tu cuerpo el mío cada vez se fundían más en uno.
Por fin acabaste dejándome desnuda ante ti, de golpe paraste y me dejaste encima de la cama, me dijiste que necesitabas admirar tal belleza antes de hacerme tuya, mi tez se sonrojó y tus manos apartaron las mías de mis pechos, te tumbaste encima mía y empezaste a penetrarme sin apartar ni un solo instante la vista de mis ojos. Comenzaste a moverte despacio y pausadamente, el movimiento no era continuo, parabas dentro de mi mientras admirabas como mis jadeos subían de intensidad. Disfrutabas viéndome gozar, elevabas mi temperatura y mi cuerpo te pedía cada vez con más ansia que te movieras más rápido, pero tú no lo hacías. Me tenías rendida a tus movimientos, totalmente sumisa para ti y en tu mirada cada vez se encendía más el fuego de la pasión. Tu cuerpo era perfecto, te movías con tal precisión que en cada embestida conseguías casi que llegara al orgasmo. De golpe abrí los míos y al encuentro con los tuyos el fuego nos sumió a ambos en una carrera desesperada por llegar al orgasmo juntos, tus embestidas seguían lentas, pero ya no hacías pausas dentro de mi, poco a poco se iban acelerando y la respiración le seguía el ritmo. Tu cuerpo sudado encima del mío estaba ardiendo, el fuego nos invadía y por fin llegamos a lo más intenso del clímax. Sin despegar nuestras miradas llegamos al orgasmo en un mar de jadeos sordos que nos hicieron caer rendidos.
Por fin nos habíamos amamos hasta la saciedad, encontrando en cada una de tus caricias el cielo y por cada arremetida un trozo de infierno del que cada instante me enamoraba más.
Al acabar entre susurros y mientras seguía abrazada a ti, te susurre mi nombre y tu susurraste el tuyo. El encuentro de ambos fue mágico y me hizo despertar de mis sueños totalmente impregnada en un olor intenso a ti.
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